La cooperación de María en la Encarnación

+ Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo

La entrada en el tiempo del Hijo de Dios, a pesar de su carácter trascendente, se realizó también gracias a la colaboración personal de la Santísima Virgen María al anunciárselo el ángel (cf. Lc 1,31-38). San Pablo formuló esta cooperación con una frase que alude a la vez al designio de la redención humana por parte del Padre, a la participación de María en la realización de este designio y al carácter temporal del acontecimiento: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción" (Gál 4,4-5).

De este texto se deduce que el Hijo de Dios, además de la generación eterna del Padre, recibe un nacimiento temporal de una mujer, María. Con su consentimiento expreso (cf. Lc 1,38), en su seno virginal (cf. Lc 1,31) "el Verbo se hizo carne" (Jn 1,14) y "el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado" (Pref. II de Navidad) . (10)

La disponibilidad de María y su entrega total al designio de Dios la convirtieron, mediante la acción fecunda del Espíritu Santo, en "Madre del Señor" (Lc 1,43) o "Madre de Dios (Theótokos)" como fue reconocida y proclamada en el Concilio de Efeso (cf. DS 251; CCE 466; 495). Ella desempeñó por tanto un papel activo en la Encarnación y es parte esencial del misterio salvífico de la redención humana a la que cooperó con su libre fe y obediencia, entregándose totalmente a sí misma a la persona y a la obra de su Hijo (cf. LG 56; CCE 494). Por este motivo está unida a Cristo con un vínculo estrecho e indisoluble que se manifiesta en todas las prerrogativas que la enriquecen y adornan por encima de cualquier otra criatura celestial y terrena (cf. LG 53; 56; CCE 964 ss.). En consecuencia la Iglesia la contempla y venera con especial amor en la luz del Verbo hecho carne, y gracias a Ella entra más profundamente en el misterio de la Encarnación (cf. LG 65; 66; CCE 971).