Soliloquio Mariano de un enfermo terminal


Padre Tomás Rodríguez Carbajo


María, ahora que por fin me han confirmado mis temores acerca de la enfermedad, estoy viendo las cosas de manera muy distinta. Daría todo lo que he acaparado en la vida por poder estar otra vez sano. En mis años de atrás no pensaba en la eternidad, sino en acaparar bienes aquí abajo, creyendo que con esto lo tenía todo asegurado. Ahora cuando reflexiono ya no pienso como pensaba. 
Postrado en la cama e invadido por el dolor no tengo muchas ganas de rezar, ¡claro que también hace mucho la costumbre!. Lo que de pequeño hacía todas las noches, rezarte Tres Avemarías, fui poco a poco abandonándolo hasta que casi lo dejé de hacer; y, cuando me acordaba, a veces quería reanudar aquella buena costumbre, pero la inercia me arrastraba y sólo me dirigida a Ti, maría, cuando me encontraba en apuros.
Ahora que he aceptado el próximo final, porque lo veo irreversible y no me quiero engañar, se me ha venido a la mente la dulce realidad de que Tú eres mi Madre. Estuviste junto a la cruz de tu Hijo y allí con una entereza indescriptible soportaste el dolor que te ocasionaba la muerte de Jesús. Tu corazón de madre hubiera querido soportar todos los dolores de tu Hijo, pero era El quien tenía que redimirnos, por eso cargué sobre sus hombros el peso de todos los pecados. 
En el plano humano no sé qué nombre me cuadraría bien, por supuesto nada elogioso, por acudir ya "en las últimas" a tu regazo; pero quiero pasar por alto lo que otros piensen de mi y de lo que sí estoy cierto es que siempre he tenido muy presente la idea de que Tú eres mi madre (aunque yo no me haya portado como buen hijo), esto es lo que me anima para invocarte, pues, si yo me alivio al llamarte, Tú estás contenta de que te llame. 
Cuando disfrutaba de buena salud, veía la muerte muy lejana y como si fuera algo que no me atañera a mí, ahora es todo lo contrario, la veo cerca y algo mío.
María, según nuestras necesidades te invocamos con un nombre específico, para buscar remedio a nuestras enfermedades, te llamamos "Salud de los enfermos", en mi caso te invoco "Consuelo de los Afligidos", porque la proximidad de la muerte me acongoja, pues, la veo acercarse con pasos agigantados, ahora no me extraña que tu Hijo y mi Hermano Jesús tuviese miedo, pavor ante la proximidad de su crucifixión; a su condición humana le repugnaba el tener que morir, aunque sabía que tenía que resucitar. 

Quisiera tener la misma rectitud de intención, sencillez de corazón que tenía, cuando era niño, para acudir a tu regazo sin prejuicios de ninguna clase, y poderte confiar todo aquello, que me preocupaba; pero estoy cierto, maría, que tú sigues siendo la misma Madre conocedora de todo lo que preocupa a cada uno de tus hijos, pues, los años y la malicia que en nosotros se van acumulando no desvirtúan tu cariño y amor de madre.
Con la confianza que me inspiras vengo junto a Ti, para que me introduzcas en la presencia amorosa de tu Hijo, pues, avalando tan poderosa intercesora conseguiré la amistad con Dios, bien que en la tierra puedo alcanzar y que con él tengo de pasar a disfrutar para siempre de la eterna felicidad.
A la luz de la eternidad contemplo la gran pérdida que he sufrido en mi vida, dejando a un lado el cultivo de grandes valores, enredándome en cosas baladíes. Comprendo a estas alturas de mi vida el mal que hice por el apetito de acaparar bienes materiales, despreocupándome de los bienes eternos. Lamento ahora los ratos perdidos, las ocasiones despreciadas, tantas oportunidades que tuve de dar un sentido vida; pero no quiero quedarme en lamentos, sino en hacer ahora lo que no hice, por eso vengo a rezarte, María, para que me ayudes a conquistar el poco tiempo que me queda de mi vida, para que sea la felicidad y no la amargura la que impregne los pocos días que me quedan de existencia terrena. 
Quiero que des gracias conmigo a Jesús del gran beneficio que me ha dispensado al ser consciente de la proximidad de mi muerte. De esta manera puedo resarcir aquello que hice mal y puedo pasar conscientemente a la eternidad, no como dando un salto al vacío, sino de tu mano como lo han hecho tantos que se tenían como hijos tuyos. 
Tú estuviste presente, cuando moría Jesús, y asistes a todos los que te invitan con insistencia: "ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte". 
Con mi oración intensiva quiero suplir mis deficiencias anteriores y aplazarte para que me asistas en el momento en que por fin se cumpla lo pronosticado sobre mi inminente muerte, pues, eres diestra en acompañar a tus hijos en tan temido trance.