Soliloquio Mariano de una Madre


Padre Tomás Rodríguez Carbajo


María, por muchas razones me acerco a tu regazo materno para desahogar mis problemas e inquietudes. Son muchos los parecidos que tenemos sin que falten por eso enormes diferencias. La doble condición de mujer y de madre nos une en muchos puntos de convergencia. 

1.- Mujer 

No podemos dejar de serIo, y por ello muy contentas, ya que nuestra condición femenina es querida por Dios. El nos ha hecho así y por eso es algo bueno, ya que Dios "todo lo hizo bien", como nos repite muchas veces el Génesis, cuando nos habla de la creación. 
La condición de hombre y mujer es la misma en importancia ante Dios, pues, para El lo que cuenta no es el tener, sino el ser, y en esto somos hechos, como el hombre, a su imagen y semejanza. 
Nuestro conocimiento de ser mujer nos lleva a un comportamiento de estima y valoración, ya que el Señor ha puesto en nosotras una gran dosis de ternura, cariño y comprensión, virtudes estas muy humanas y necesarias para una agradable convivencia. 
Como consecuencia lógica de nuestro conocimiento estimativo nos viene una aceptación de tal y como somos, sin complejos de ningún tipo. Es grande ser mujer, María, Tú lo eres, nadie iguala a tu Hijo en grandeza como Tú. 
Después de nuestro conocimiento y aceptación tenemos que "realizarnos", es decir, desarrollar todas las facultades, que tenemos, para que nuestras capacidades rindan al máximo. 
Si refrendamos nuestros esquemas de realización con los que Tú tienes, se nos vendrían a tierra unos cuantos que nosotros valoramos, pero que no estuvieron, María, en tu jerarquía de valores. 
Tú te realizaste como mujer en tu servicio doméstico, no necesitaste estudios especiales o de un gran nivel, ya que cada uno, ocupando su sitio, es como se realiza, no con los conocimientos, sino con el amor, éste nos hace madurar y por lo tanto realizarnos. El grado de conocimiento no depende siempre de nosotros, pero sí el ejercicio en el amor. 

Para amar tú, María, procurabas prepararte, acudías los sábados a la sinagoga, porque la Palabra de Dios era para ti el mejor alimento. 
El dolor y las contrariedades curten la personalidad, y en esto Tú estás doctorada, se te aplican aquellas bíblicas: "Mirad y ved si hay dolor comparable al mío". Tu entereza ante el dolor lo demostraste junto a la cruz de tu Hijo, conocías lo que se lee en Isaías, Cáp.52 sobre el "Varón de dolores". 

2.- Madre. 

Otra condición por la que muchas mujeres nos identificamos contigo es la maternidad, cualidad por la que Dios nos hace partícipes de su poder creador. 
Dios ha querido para su Madre lo mejor, la creó limpia de pecado y hizo a su gusto. Su condición femenina será motivo de orgullo para todas nosotras.
Tu tienes la experiencia de los dolores y alegrías, que los hijos proporcionan, sufriste por tu Hijo y con El. 
El futuro de los hijos siempre inquieta a las madres, Tú conocías lo profetizado en el A.T. sobre el Mesías y te lo recordó en los primeros días de tu Hijo Simeón en el templo. Aquella espada siempre la tendrías clavada, la espera del cumplimiento de todo lo anunciado te causaba un gran dolor. Conocías lo dicho por los profetas y no lo podías comentar con nadie, pues, las gentes del pueblo no sabían tu condición de Madre del Mesías y tu Hijo no quería hurgar en el recuerdo profético para no hacerte sufrir.
Tu dolor callado era preludio y síntesis del de tantas madres que rumian en su interior los sufrimientos causados por tantos hijos, que están muy próximos a su final terreno, pues, la droga, el sida o una enfermedad incurable les está galopadamente destruyendo. 
Tú sufriste con tu Hijo, por eso tienes el merecido nombre de Corredentora.
Con intensidad diversa soportaste aquellos dolores redentores, que por nosotros sufrió Jesús. Estuviste con plena entereza al pie de la cruz como modelo para tantas madres que velan a sus hijos en el lecho del dolor. 
Con serenidad recibiste en tu regazo el cadáver de Jesús, preludio y fuerza para las madres a las que se les entregará los despojos mortales de sus hijos muertos en accidente, quedándoles solo el recuerdo de lo mucho que en la vida se quisieron. 
María, eres dichosa por ser mujer y madre. A Dios le faltaba algo tan grandioso para todo ser creado como es la madre, y también quiso tenerla, te eligió a ti para hacerse hombre y así no estar en peor condición que nosotros.
El que Tú, María, hayas sido elegida para ser Madre del Salvador nos invita a reflexionar la dignidad que tiene para Dios la maternidad, como dice J. L. Martín Descalzo en "Apócrifo de María": 
"Si yo no hubiera podido 
engendrar sin ser mujer 
¿por qué los hombres desprecian lo más que se puede ser?".