Soliloquio Mariano de una religiosa

Padre Tomás Rodríguez Carbajo

María, Tú eres persona clave en mi vida de consagrada, ya que has tenido una gran influencia en mi decisión vocacional y sigues apoyándome en mi instinto siempre renovado de fidelidad. 
Lejos de mí el compararme contigo, aunque sí tenemos algunos puntos de mutua referencia, salvando siempre las distancias, pues, Tú eres perfectísima y a mí me queda mucho para ser perfecta. 
Lo primero que tenemos de común es la condición femenina, esto sí que me enorgullece, es un punto a favor para que nos consideren los que externamente o en su interior nos quieren minusvalorar. La condición de persona para el hombre y para la mujer es la misma en lo esencial, ambos valemos por lo que somos: personas, criaturas hechas a imagen y semejanza de nuestro Dios, Creador y Salvador. Si la mujer fuera inferior al hombre, no te hubiera elegido Dios para que fueras su Madre, ya que quiso para ti lo mejor. 
Lo grande para Dios es lo que nos hace a las personas asemejarnos lo mas posible a El: El amor. El hombre y la mujer podemos amar. Las otras diferencias no cuentan. 
El instinto maternal me hace colaborar con la gracia de Dios, para que nazcan nuevos hijos de Dios. He renunciado a una maternidad natural y ordinaria, reducida a un pequeño número de seres, para que con mi vida de consagrada se haga posible el nacimiento de nuevos hijos de Dios a la vida de la gracia. Tú, María, eres Madre de la Iglesia, de esa multitud de hijos que tienen a tu Hijo por Salvador. Tú nos has engendrado a todos en el Calvario, al pie de la Cruz, allí donde nació la Iglesia, del costado abierto de Cristo. 
Nuestra maternidad espiritual nos hace ensanchar el "ámbito de nuestro amor, en el caben las necesidades más variadas que tienen los hombres, sin ceñirnos a un reducido número de hijos según la carne. 
Nuestra retirada del mundo no es por desprecio, ni por tenerle miedo, sino un medio muy oportuno para llenarnos más del amor de Dios, para querer más a los hombres, pues, los dos amores, el de Dios y el de los hombres no se contradicen, sino que se complementan, pues, el amor a Dios me lanza a amar al prójimo. 
Nuestra condición de personas consagradas nos hace tener un corazón muy disponible para amar al hombre, allí donde la necesidad nos requiera. A veces me asaltan pensamientos de la "esterilidad" de una vida consagrada, cuando hacen falta madres de familia que vigoricen el sentido cristiano del hogar. Este asalto de duda se disipa inmediatamente a la luz de los criterios del Evangelio, que son distintos a los del mundo. No podemos cuantificar nuestra vida espiritual como algo mensurable a la luz de la eficacia inmediata, es Dios quien no cuenta, sino pesa nuestra vida, y tiene la medida de peso en la proporción directa con el amor, realidad ésta que no se puede ceñir a una productividad, ni a un éxito mas o menos notorio. María, ¿qué notoriedad tuviste durante tu vida, viviendo casi toda ella en un pequeño pueblecito sometido a un poder extranjero? ¿Quién te conocía fuera de los de tu pueblo? ¿Quién se benefició de tu influencia para ocupar un puesto en la sociedad? Y sin embargo, Tú eres la elegida, la predilecta para ser Madre del Mesías. 
Los criterios empleados por Dios para valorar a las personas son el amor que encuentra en su corazón. Tú, María, eres la llena de gracia, la que estaba a tope en el amor a Dios. 
El amor natural que fluye en todo ser humano respecto hacia sus familiares, amigos, etc... , la religiosa no puede renunciar a ellos, lo que sucede es que los pone en un segundo plano, pues, el primero lo ocupa el amor servicial a Dios y en El a todas las personas. 
La vida de comunidad se hace a veces dura, pues, el amar de una manera no etérea, sino concreta, no con gran brillantez, sino de una manera ordinaria y sin aparatosidad, no de vez en cuando, sino constantemente, no a una o pocas personas, que me resultan simpáticas, sino a todas: a la joven "rebelde", a la "madura", a la achacosa por los años o la enfermedad, etc... , es duro y difícil. Por eso necesito, Maria, una dosis muy elevada de amor a Dios para no decaer ante cualquier tipo de adversidad. 
La vida de comunidad crea en nosotras unos fuertes lazos de amor: 
• Tenemos el mismo ideal.
• Compartimos nuestro trabajo y experiencias.
• Estamos muchas horas juntas. 
En mis años de formación me inculcaron un gran amor hacia Ti, María, para que siempre te tuviera presente, te iba a necesitar. Te tengo como Madre para quererte y como modelo para imitarte. 
La experiencia de mi vida consagrada me hace sentirme contigo "madre virgen", "hermana protectora", "amiga fiel".