Soliloquio Mariano de un sacerdote

Padre Tomás Rodríguez Carbajo

No sé qué invocación dirigirte : ¡Madre! ¡Señora! ¡Mama!. La verdad es que a estas horas del atardecer, cuando algunos campanarios recuerdan con su toque el rezo del "Ángelus" , siento la necesidad de recogerme en mi interior y dirigirme a Ti como Madre, pues, el cansancio del ajetreo diario tal vez me hace perder de vista los sentimientos humanos que se han ido acumulando durante toda la jornada. 
Consciente de tu realidad materna quisieras cobijar bajo tu manto a todos los hijos: 
Algunos hartos de su rutinario bregar, sin mas horizonte que repetir al día siguiente la misma tarea, se encuentran no sólo cansados, sino sin futuro que les anime a luchar al comenzar mañana su nueva tarea. ¡Cómo te gustaría a Ti, Madre, poner en sus vidas la semilla de la ilusión, que les ayudase a dar sentido pleno a su existencia!. 
Otros cansados de luchar por unos ideales de justicia, paz, amor, tienen que bregar contra corriente, pues, estas palabras tan cacareadas parecen que han perdido su genuino sentido. Tú, Madre, sabes muy bien lo que significan, pues, sin haber estado en ningún tipo de marcha o manifestación, revindicando para el mundo más justicia y más paz, nos has dejado tu actitud rebelde e inconformista en el canto del Magníficat "dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes" (Lc.1,51-52).
También los ilusionados con la vida que llevan, los que son conscientes de la gran tarea que les espera mientras están en esta vida, en la que, aunque es "valle de lágrimas", estás Tú, Madre, como un refugio para guarecerse de los que con mentiras y engaños quieren hacerles desistir de su noble empresa.
Los marginados en esta sociedad clasista, que se atreve a dividir a las personas, atendiendo a su lugar de nacimiento, a su ocupación profesional, a su estamento social, etc..., divisiones todas ellas superficiales y arbitrarias, pero con graves repercusiones para una convivencia sana y feliz. Tú, Madre, has probado en carne propia el sufrimiento de la marginación al residir no como simple extranjera, sino como refugiada política en Egipto. 
Los vocacionados, quienes con generosidad han seguido la llamada de Jesús para entregarse al servicio de los hermanos. ¡Cómo sintonizan contigo, María, quien con tu "hágase" nos has marcado la pauta a seguir, cuando Dios llama!. Te invocamos como "Nuestra Señora del Sí". Nunca supiste negarle nada de lo que te pedía el Señor. Cumpliste siempre aquella máxima : "Para decir a Dios Sí, no hay que pensarlo mucho". 

Los enfermos, los que se siente "carga" para los demás, los que llevan muchos años postrados en el lecho del dolor. Los que aceptan su enfermedad y los que repatalean contra su "suerte". Tú eres, Madre, "Salud de los Enfermos".
Los jóvenes, quienes no quieren anquilosarse en el pasado, sino mirar con ilusión al futuro, sin tener en cuenta las contrariedades y dificultades que tienen que superar, pues, es el amor el que les da las energías suficientes para superar cualquier tipo de adversidad, S. Juan les dice: "Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al mundo (1Jn.2,13). El espíritu joven, la ilusión de trabajar, está en plena sintonía, María, con tu condición de siempre virgen, siempre joven. 
Los niños, algunos de ellos tan desamparados, abandonados, criados en unos ambientes familiares y sociales, que les están predisponiendo para que sean unos inmaduros, insatisfechos y a veces delincuentes. Los niños tienen más necesidad de la madre que los adultos, aunque a éstos no se les puede privar del cariño materno. María, Tú has sido niña y madre, por eso comprendes perfectamente a quienes como niños se te acercan. 
Los ancianos, personas venerables por sus años, con experiencia de muchas cosas, que, probadas en su tiempo, les sirvieron de pauta para un posterior quehacer. A la altura de los años, tal vez se percibe con más claridad lo insustancial de la vida terrena, lo superfluo de muchas cosas, que nos esforzamos en acaparar. 
Los violentos no por "arrebatar el Reino de Dios", sino por cosas temporales: 
Por una fuerza temperamental. 
Por una recién torcida jornada laboral. 
Por no saber encajar las contrariedades. 
Que tu mansedumbre, Madre, sepa apaciguarlos, ya que en la sencillez y humildad son agradables a Dios. 
María, ¡Cuánto me gustaría que bajo tu manto materno tuvieran cabida todos aquellos que son conscientes de su condición de cristianos y que no se sintieran huérfanos, sino queridos por la Madre común, sin que la amplitud de tu protección de amor, disminuya la intensidad de cobijo en cada uno de los hijos!.