Soliloquio Mariano de un seminarista

Padre Tomás Rodríguez Carbajo

María, muchos son los motivos que tengo para acercarme a Ti y exponerte mi actual situación. No quisiera equivocarme en la elección del camino que Jesús me ha marcado. Dos son para mí las razones de peso para desahogarme contigo: Una porque eres mi madre y la otra porque eres modelo de seguimiento vocacional.

Mis primeras palabras al sentirme llamado por Dios a una misión tan alta, no pueden ser otras que las tuyas, las que dijiste en tu canto del Magníficat : Alabar a Dios por esa elección, fruto no de unos méritos personales, sino de una pura gratuidad de su parte. Esta alabanza está cimentada en el reconocimiento de mis grandes limitaciones, por eso resplandece más el amor desinteresado de Dios. Nadie merece tal elección.

Una consecuencia lógica de este agradecimiento no puede ser otra que la actitud, que Tú, María, tuviste en la Anunciación al saberte por parte de Dios la mujer predilecta para ser la Madre del Mesías: "Hágase en mí según tu palabra". Veo que esto es lo que busca Dios en mí, no grandes realizaciones, sino que no obstaculice la gracia que constantemente me está derramando. Esta generosidad por mi parte va en la misma línea que la elección por parte de Dios: en la línea del amor.

A veces, María, se me nubla la mente con lo que va a pasar o puede pasar en mi futura vida, son las dudas, las crisis.

Quisiera afrontar estas dificultades sin presunción ni cobardía, simplemente con prudencia y valentía, consciente de que Dios no me va a fallar, cuando acuda a El. El conocimiento de mis limitaciones me hace desconfiar de mi fidelidad en los compromisos, pero tengo la garantía de que en la oración y sacramentos la gracia va a venir a mí a raudales, por eso quiero, María, que Tú me recuerdes esta necesidad que tengo de la ayuda de lo Alto.

También me asaltan los temores acerca de la soledad, pues, sé que el hombre es un ser social, busca la compañía, necesita a los demás. El sacerdote es un "bicho raro", no vive como los demás, aunque es uno más, ama a todos sin quedarse con ninguno, tiene que dar consuelo a quien se le acerca, pero nunca el corazón. ¿Quién estendera mi vocación? Tú, María, has pasado por trances parecidos a éstos, tu amor no impidió que se marchase tu Hijo a cumplir su misión, quedando Tu en una gran soledad, pues, los familiares y vecinos no podían comprender lo que suponía para Ti el privarte de la compañía tierna y cariñosa de Jesús.

Soledad que Tú tuviste y tiene el sacerdote, no como aislamiento, abandono o tristeza, sino camino que lleva a la compañía de Jesús, quien nunca falta a la cita y con quien se goza la hermosa y tranquila confianza en Dios, que falta al mundo.
Será una "soledad sonora" como diría San Juan de la Cruz. Esta soledad es el país de las gracias, es el espacio vital de toda alma consagrada, que ha decidido abandonar todo para seguir a Jesús.

Un alma enamorada sé muy bien que nunca estará sola, sí puede vivir "a solas" con Dios, quien nos acompaña siempre, por eso han dicho de Ti, María, que antes de llevar a Jesús en tus entrañas, llevaste a Dios en tu corazón.

Otro temor que me asalta, María, es el celibato. Soy un hombre de carne y hueso como los demás, hecho con capacidad de amar, pero sé que Dios no me quiere disminuido en mi condición de persona (maduramos en la medida en que amamos) y por eso el seguimiento de Jesús no me anula mi capacidad de amar, sino que cambia de rumbo; quiere que en exclusiva le ame a El y en El a todos, el celibato me da una libertad para amarle, "ahorrando preocupaciones y buscando complacer al Señor", como nos dice S. Pablo en 1Cor.7,32.

Tú, María, como mujer y madre me puedes comprender en mi capacidad y deseo de amar, pero también por tu condición de Virgen, teniendo la preferencia en tu vida el amor a Dios sobre todas las cosas, éstas no te restan un pizca en el "amor de tus amores", eres la que de verdad me sirves de aliento y estímulo en ese ir purificando mi corazón de amores pasajeros para dar preferencia al amor eterno y actual de Dios.

Toda esta entrega y generosidad, María, sé que muchísimos no sólo no las reconocerán, sino que las despreciarán, pero, aunque es duro, sé que "Dios no va a tener en cuenta lo mucho que me quiera la gente, sino lo mucho que yo ame a la gente".

María, tu actitud de entrega para con el Señor me sirve de estímulo para seguir mi vocación, y tu poderosa intercesión ante tu Hijo me alienta y garantiza mi fidelidad en la entrega.