Santa María en Pentecostés 


Alejandro Martín

 

 

Ni los Evangelios ni el libro de los Hechos de los Apóstoles nos dicen una sola palabra sobre la Santísima Virgen después de la Resurrección de Cristo (¡ni siquiera cuando ascendió al Cielo Jesús, tras despedirse de los suyos!). Pero sí que San Lucas lo hace al hablarnos de la Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. San Lucas destaca, en medio del anonimato del grupo presente en el Cenáculo, la figura de María, la Madre de Jesús. 

Hay motivos por los que el Evangelista resalta la presencia de Santa María en Pentecostés. Uno de ellos es, sin duda, el vínculo entre María y la Iglesia, porque María es, a la vez, un miembro «excelentísimo y enteramente singular» y «verdadera Madre de los miembros de Cristo» . 

La Virgen María, pues, tras estar en el “anonimato” durante unos cuarenta días, reaparece cuando la Iglesia inicia su camino evangelizador impulsada por la fuerza de la presencia del Espíritu. Así como María abrió las puertas a la nueva Historia de la Salvación al dar su libre y total fiat al plan del Padre, debía estar presente cuando esta Historia se hace cuerpo con el nacimiento «oficial» de la Iglesia: «La Iglesia se reunió en la habitación del piso superior de la casa, con María, la Madre de Jesús y juntamente con sus hermanos. Por esto mismo, no se puede considerar a la Iglesia como tal si no está presente María, Madre del Señor, juntamente con sus hermanos» . 

Por eso, en este preciso momento no podía faltar la presencia de Santa María porque «en la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da la particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén. En ambos casos su presencia discreta, pero esencial, indica el camino del "nacimiento del Espíritu"» . El Espíritu Santo que llenó a Nuestra Madre es el mismo Paráclito que invadió a la Iglesia naciente. 

La presencia de la Madre era indispensable. Si Jesús antes de su muerte había entregado a María como Madre a Juan (quien representaba a todos los discípulos actuales y futuros) la presencia de la Madre en la primera comunidad cristiana era algo tan sencillamente natural como necesario. Es la presencia de la maternidad espiritual. Ya no podía dar de nuevo a la luz a su Hijo; pero presenciaba activamente el nacimiento nuevo de Cristo en el parto de la Iglesia. En palabras de nuestro Fundador, el Cardenal Van Thuân: “Con los Apóstoles y por ellos, oró y se preparó para la Venida del Espíritu Santo. Así estuvo lista para ser testigo del nacimiento de la Iglesia, como si Ella hubiera dado a luz a la Iglesia con su Hijo Jesús. Ella es verdaderamente Madre de la Iglesia” 

Es una arriesgada afirmación pero podría decirse que, en un primer momento, por la fuerza del Espíritu Santo que ya habitaba en La Santísima Virgen, toda la futura Iglesia está en manos de María. La presencia de la Virgen en Pentecostés garantiza la nueva efusión del Espíritu Santo que «crea» la Iglesia del futuro. 

Otra de las razones de la presencia de María en Pentecostés es que Ella, que conservaba en su corazón todos los acontecimientos desde que entró a formar parte en el plan de Dios, proclamaría ante los Apóstoles su fe y les ayudaría a comprender los misterios de su Hijo. De esta forma prepararía a los discípulos a recibir al Espíritu Santo. María referiría a los discípulos todas sus experiencias, las palabras de Jesús, las enseñanzas aprendidas en los treinta años de convivencia con su Hijo y todo aquello que era desconocido para los Apóstoles. Ella, la llena de gracia, que estaba iluminada por el Espíritu Santo, podía preparar las mentes todavía oscuras de los discípulos. 

Santa María está entre los discípulos como maestra de oración que los prepara a recibir al Espíritu: su venida se realiza en un contexto de oración. ¿Quién mejor que Nuestra Señora podía dar ejemplo de recogimiento, de aceptación del Espíritu? «Ella fue la que, por medio de sus eficacísimas súplicas, consiguió que el Espíritu del divino Redentor, otorgado ya en la cruz, se comunicara en prodigiosos dones a la Iglesia, recién nacida el día de Pentecostés» . 

Un motivo más para la presencia de María en el Cenáculo es el hecho de que la Virgen Santísima es un paradigma y a la vez un estímulo de cómo se colabora en la obra de Jesús por el vínculo nuevo y más perfecto: el vínculo de la fe. Ella conforta, fortalece, anima e impulsa a continuar la obra de su Hijo. El mismo Espíritu que había preparado y transformado a María, ahora prepara, transforma y renueva a la Iglesia de la primera comunidad, que irrumpe en la historia en una aurora que ya no tendrá ocaso. 

De todo esto se desprende una enseñanza clara y sencilla: en toda comunidad cristiana, animada por el Espíritu Santo, en cada uno de nuestros corazones que quieren servir a Dios nuestro Señor y a la Santa Iglesia, debe estar presente la Bendita Virgen María, nuestra Madre, la Esposa de Dios Espíritu Santo, porque “ubi Mater, ibi Filius”, donde está la Madre, allí está el Hijo. 

Notas: 
1. Constitución Pastoral Lumen Gentium n. 53, del Concilio Vaticano II 
2. Cromacio de Aquileya, Sermón 30, PL. p. 288, BAC. 
3. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater n. 24. 
4. Card. F. X. Nguyên Van Thuân, Mil y un pasos en el camino de la esperanza, n. 929. 
5. Pío XII, Carta Encíclica Mystici Corporis, 1943. 

Fuente: materunitatis.org