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Veneración
a María
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Todos
los santos veneran a María.
Aunque
María es modelo de discreción y de humildad, siempre está ahí a la hora
de servir. No llama la atención, no alza la voz, pero está siempre al lado
de Jesús: Toda su vida está consagrada al Señor; al Señor que vive en
ti. (C.E. 925).
El Señor sigue viviendo y actuando en la Iglesia. Por eso María está
presente en medio de la Iglesia y en ti. Es la Madre de la Iglesia. Y es tu
Madre. (C.E. 926)
A pesar de sus diferencias personales, todos los santos tienen un rasgo común:
todos aman a la Virgen María.
San Juan, desde el mismo momento en que Jesús le entregó a su Madre al pie
de la cruz, la llevó a su casa y fue para ella un verdadero hijo.
San Bernardo, tan devoto de María, no podía dejar de pensar en ella en sus
sermones sobre Jesús. El es el autor del Acordaos y de las últimas
invocaciones de la Salve: “¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce virgen
María!”.
San Alfonso María de Ligorio, ardiente propagador de la devoción a la
Virgen María, compuso una obra en dos volúmenes para difundir “las
glorias de María”.
Santo Domingo recibió la misión de propagar el rezo del rosario como medio
eficaz para la salvación personal y la de todo el mundo.
¡Cuántos más han trabajado, escrito, hablado para fortalecer el amor a la
Virgen o han fundado congregaciones dedicadas a su nombre! Varios papas han
presentado a María como objeto de nuestro amor, de nuestra esperanza, de
nuestra imitación, como Pío V, Gregorio XIII, Clemente XI, Benedicto XIV,
León XIII, los cuales han reconocido que, gracias a ella, la Iglesia se ha
librado de peligros mortales y han aconsejado el rezo del rosario y el
recurso a ella en toda ocasión. Más cerca de nosotros, Pío IX proclamó
el dogma de la Inmaculada Concepción (el 8 de diciembre de 1854),
ratificado por las apariciones de Lourdes. León XIII instituyó el mes del
rosario (octubre). Pío XI materializó su devoción haciendo construir una
gruta de Lourdes en los jardines vaticanos. Pío XII, consagrado papa en el
día aniversario de la primera aparición de Fátima, proclamó el dogma de
la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo el 1 de noviembre de 1950 y
recibió como respuesta, al atardecer de ese mismo día, en el cielo del
Vaticano, el espectacular milagro del sol girando sobre sí mismo como en Fátima.
Juan XXIII, que escribió una encíclica sobre la devoción a la Virgen (el
2 de septiembre de 1961), encomendó a la Virgen de Loreto el resultado del
Vaticano II.
Pablo VI celebró en Fátima el quincuagésimo aniversario de las
apariciones (1917 – 1967) y publicó una encíclica sobre el culto a María
(Marialis cultus, 2 de febrero de 1974), en la que insiste en el rezo del Ángelus,
del rosario y de las letanías de la Santísima Virgen. En el discurso de
clausura de la tercera etapa del concilio Vaticano II, proclamó a María
Madre de la Iglesia.
Su Santidad Juan Pablo II es un alma mariana. Su escudo de armas lleva el
lema Totus Tuus (“Todo tuyo”).
Fuente:
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