María, Mujer Bellísima 


Cardenal Francisco Xavier Nguyen Van Thuan

 

 

El Evangelio no menciona nada acerca del rostro de María, ni siquiera del de Jesús. Sin embargo, creo que María debió de haber sido hermosísima, y no me refiero sólo a su alma. 

De seguro que, al no haber sombra de pecado, su alma era tan pura, que Dios podía ver su reflejo en ella, como los Alpes se reflejan en los brillantes lagos. No obstante, me refiero también a su belleza física, algo que la teología parece pasar por alto, a pesar de que acepta que se hagan composiciones poéticas a su belleza: “Virgen hermosa, vestida de sol, coronada de estrellas, tú agradaste de tal forma al sol supremo, que él escondió su luz dentro de ti...” Se representa en los cantos de los humildes: “Mira a tu pueblo, mujer adorable...” y en los versos efusivos de los fieles: “Al amanecer te elevas tan hermosa... no hay estrella más bella que tú”. Incluso en las alusiones litúrgicas como en la Tota pulcra se habla de su belleza: “Tú eres toda hermosa, María”. ¡Tú eres espléndida en alma y cuerpo! 

La teología, sin embargo, no va más allá; no pierde su equilibrio. Permanece callada con relación a la belleza humana de María, quizás por modestia, o porque se ha agotado al especular tanto en su encanto sobrenatural. Incluso hoy en día, la teología carga con un apocamiento sin resolver en lo que se refiere a la función salvífica del cuerpo. 

Aun así, no debería ser difícil hallar en el Evangelio alguna pista reveladora sobre la belleza corporal de María. Lucas utiliza un importante término griego cargado de un misterioso significado que todavía no se ha explicado del todo. Esta palabra, que substancialmente establece toda la serie de privilegios sobrenaturales de la niña de Nazaret, resuena en el saludo del ángel: kécharitòménè. Difícil de traducir, este término a veces de expresa como “llena de gracia”. ¿Pero no podría encontrar también un equivalente en “agraciadísima”, con evidentes alusiones al brillo encantador de su rostro humano por igual? Yo creo que sí, y sin alterar el significado de la palabra. De igual forma, en un conocido discurso al Congreso Internacional de Mariología (mayo 16, 1975), el Papa Juan Pablo II se atrevió a hablar por primera vez de María como “la mujer vestida de sol, en quien los rayos más puros de la belleza humana se mezclan con los rayos sobrehumanos y la vez accesibles de la belleza sobrenatural.” 

Santa María, mujer bellísima, a través de ti, damos gracias al Señor por el misterio de la belleza. Él la ha esparcido por toda la tierra, para que se mantenga vivo en nuestros corazones caminantes un irreprimible anhelo de cielo. 

Él la hace brillar en la majestad de los picos cubiertos de nieve, en el silencio sosegado de los bosques, en el airado poder del mar, en el perfumado murmullo de la hierba en las noches tranquilas. Este don nos regocija, porque, sin bien es por un instante, nos ofrece mirillas fugaces para poder contemplar lo eterno. 

La hace brillar en las lágrimas de los bebés, en la armonía del cuerpo humano, en los ojos saltarines de un niño, en el blanco temblor de los ancianos, en el silencio de una canoa que se desliza por el río, en los colores brillantes que usan los corredores del maratón en la primavera. Sin embargo, este don también nos puede desalentar, ya que nos jugamos y perdemos esta riqueza en la mesa de apostar de tiempo. 

Santa María, espléndida como una luna llena en primavera, haz que nos reconciliemos con tu belleza. Te pedimos que nos ayudes a comprender la dignidad del cuerpo humano, que refleja a la persona. Danos un corazón tan puro como el tuyo. Haz que apreciemos las cosas hermosas de la vida, sabiendo que reflejan la belleza del Creador. 

Santa María, mujer bellísima, ayúdanos a entender que la belleza salvará al mundo. El poder de la ley, la sabiduría de los estudiosos, y la inteligencia de la diplomacia no son necesarios para librar a la tierra de una catástrofe. Hoy en día, por desgracia, cuando los valores están a la deriva, hasta las viejas boyas que una vez ofrecían un ancla estable a las embarcaciones, ellas mismas están en peligro de hundirse. 

En este cuarto oscuro de la razón, brilla otra luz, que hacer una impresión en la película del buen sentido: la luz de la belleza. Por esta razón, Santa Virgen María, queremos sentir la belleza de tu esplendor humano, justo como sentimos el encanto a veces engañoso de las criaturas terrenas. Ya la contemplación de tu santidad nos ayuda a mantenernos en el camino correcto. Saber que eres bellísima tanto en el cuerpo como en el alma, nos da un motivo increíble de esperanza. Nos ayuda a comprender que toda la belleza terrena es tan sólo una semilla destinada a florecer en los verdes campos de arriba. 

Fuente: materunitatis.org