María, Mujer del Banquete 

Cardenal Francisco Xavier Nguyen Van Thuan

 

 

Este título se relaciona con la única definición que un escritor del Medievo, Idelfonso de Toledo, le da a la Santísima Virgen: Totius Trinitatis nobile triclinium, que significa: “la noble mesa de banquete para las Tres Divinas Personas.”. 

Esta imagen espléndida y atrevida coloca a nuestra Señora en relación con la Trinidad. Compara a María con una mesa elegante, alrededor de la cual el Padre, el Hijo, y el Espíritu expresan su convivencia. 

Esta imagen recuerda uno de los famosos iconos de Rublev. En el centro, esta imagen muestra una mesa que reúne a las tres Personas en solidaridad de vida y comunión de trabajo. El título de Idelfonso sugiere que María es precisamente esa “noble” mesa. 

Detengámonos aquí. No quisiéramos perdernos en un terreno lleno de trampas doctrinales, incluso para los teólogos más expertos. Es suficiente haber intuido que María tiene una relación fundamental con la Trinidad. Aunque es difícil especular sobre la relación de María con la comunidad divina que vive en el cielo, es más fácil discernir su función dentro de toda comunidad humana aquí en la tierra. 

Sabemos esto desde la familia hasta la parroquia, desde el instituto religiosos hasta la diócesis, desde el grupo de oración hasta el seminario... Todo grupo que desea vivir a la luz del Evangelio lleva dentro de sí algo sacramental. Por su naturaleza, es un signo y un instrumento de la comunión trinitaria. Debería reproducir la lógica de la Trinidad, vivir su comunión, y expresar su misterio. Podríamos definir a las comunidades eclesiales como modelos a escala de esa misterios experiencia en la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en el cielo. 

En el cielo, tres Personas iguales y distintas a la vez viven su comunión a tal grado que forman un solo Dios. En la tierra, muchas personas iguales y a la vez distintas deberían vivir su comunión hasta formar un solo cuerpo el cuerpo de Cristo. 

Cada grupo eclesial tiene la tarea de presentarse como un icono de la Trinidad. Una comunidad asía reconoce los rostros de sus miembros, fomenta la igualdad, y permite a cada uno retener su identidad única. 

Si María es esa noble “mesa” alrededor de la cual se sientan las tres divinas Personas, podemos imaginarnos lo importante que es el papel que ella juega en esas comunidades terrenas que reflejan la comunión trinitaria. ¿Sería atrevido pensar que sin esta “noble mesa de banquete” que es la Virgen, alrededor de la cual todos estamos llamados a sentarnos, fallaría todo intento de comunión? 

Santa María, mujer del banquete, tráenos a la memoria los banquetes familiares de antes, cuando nuestras madres se sentaban a la mesa. Ellas nos arropaban a cada uno de nosotros con sus ojos y, sin decir palabra, suplicaban con lágrimas que nos entendiéramos y nos amáramos. Se preocupaban si alguno faltaba, y se relajaban sólo cuando el último miembro de la familia llegaba a casa. María, tal vez únicamente en el cielo descubriremos lo importante que eres en el crecimiento de nuestra comunión humana. 

Esto es verdad sobre todo en la Iglesia. Sí, la Iglesia está construida en torno a la Eucaristía, y tú eres la mesa alrededor de la cual la familia se congrega para escuchar la Palabra de Dios y compartir el pan celestial, igual que en el icono de Rublev. Ayúdanos a experimentar tu presencia maternal que nos reúne a todos. 

Santa María, alimenta en nuestras iglesias locales el deseo de comunión. Ellas deberían traer al mundo el anhelo y el ímpetu de la comunión trinitaria, como pequeñas partículas eucarísticas esparcidas sobre la tierra. Ayúdales a vencer sus desacuerdos. Interviene cuando surja la discordia en sus corazones. Extingue los brotes de facciones y arregla sus conflictos. 

Santa María, mira a todas las familias que están en dificultades. Tantas víctimas de huracanes provocados por nuestros tiempos modernos han naufragado y están a la deriva. Sana los matrimonios que tienen problemas y llama a los esposos a la mesa. Reanima su antiguo amor, renueva sus primeros sueños, reaviva sus esperanzas perdidas, y ayúdales a entender que aún pueden comenzar de nuevo. 

Por último, te pedimos por todas las personas de la tierra, heridas por el odio y divididas por prejuicios. Despierte en ellos el deseo de sentarse alrededor de sólo una mesa, de manera que, con la avaricia consumida y los rumores de guerra extinguidos, puedan comer juntos y en paz el pan de la justicia. Aun siendo diferentes en idioma, raza y cultura, volverán a vivir en armonía al sentarse en torno a ti. Entonces tus ojos maternales, que atestiguan aquí en la tierra esa imagen de comunión trinitaria, brillarán de gozo. 

Fuente: materunitatis.org