|
El
silencio de María
Padre Francisco Fernández Carvajal
I.
Aunque nos gustaría saber más de la vida en la tierra de Nuestra
Madre del cielo por lo Evangelios, Dios nos da a conocer todo lo necesario, tanto
durante su vida en la tierra, como ahora, veinte siglos, a través del
Magisterio de la Iglesia cuando, con la asistencia del Espíritu Santo, desarrolla y
explicita los datos revelados. La Virgen no comunica nada a su prima Isabel
después de la Anunciación, sin embargo ésta penetra en el misterio de la Encarnación
por revelación divina. Nuestra Señora no manifestó el suceso a José, y un
ángel le
informó en sueños sobre la grandeza de la misión de la que ya era su
esposa. En el Nacimiento de su Hijo guardó silencio, pero los pastores fueron
informados
por los ángeles. Nada dijeron María y José a Simeón y a Ana la
profetisa, cuando como joven matrimonio más subieron al Templo para presentar al
Niño.
Nada comentó a sus parientes y amigos. Se limitó a guardar estas cosas
ponderándolas en su corazón (Lucas 2, 51) María, Maestra de oración,
nos enseña
a descubrir a Dios, ¡tan cercano a nuestra vida!, en el silencio y en
la paz de nuestro corazón.
II.
El silencio es el clima que hace posible la profundidad del
pensamiento; el mucho hablar disipa el corazón y éste pierde cuanto de valioso guarda
en su interior. (F. SUÁREZ, La Virgen Nuestra Señora). El recogimiento de
María es paralelo al de su discreción. La Virgen también guardó silencio durante
los tres años de la vida pública de su Hijo. El entusiasmo de las
multitudes, los milagros, no cambiaron su actitud. Jesús se dirige a nosotros de muchas
maneras, pero sólo entenderemos su lenguaje en un clima habitual de
recogimiento, de guarda de los sentidos, de oración, de paciente
espera.
III.
El silencio interior, el recogimiento que debe tener el cristiano
es plenamente compatible con el trabajo, la actividad social y las prisas
que
muchas veces trae la vida. La misma vida humana, si no está dominada
por la frivolidad, por la vanidad o por la sensualidad, tiene siempre una
dimensión
profunda, íntima, un cierto recogimiento que tiene su pleno sentido en
Dios. Es ahí donde conocemos la verdad acerca de los acontecimientos y el valor
de las cosas. En un mundo de tantos reclamos externos necesitamos “esta estima
por el silencio” (PABLO VI, Alocución en Nazareth). De la Virgen Nuestra
Señora aprendemos a estimar cada día más ese silencio del corazón que no es
vacío sino
riqueza interior, y que, lejos de separarnos de los demás, nos acerca
más a ellos, a sus inquietudes y necesidades.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal,
Ediciones Palabra.
|
|