Asumpta en Cuerpo y Alma

 


Juan Antonio Reig Pla, Obispo

Diocesis Segorbe-Castellón, España

 

 

 

La advocación de Santa María de la Asunción preside nuestra diócesis en varios de sus lugares más significativos. La catedral de Segorbe está dedicada a Ella; así como la concatedral de Castellón, cuya vidriera central es un icono moderno y sugerente de este misterio mariano. El día 15 de agosto, por tanto, nuestra iglesia diocesana se une de modo especial a la Iglesia universal en la celebración de la Solemnidad de la Asunción.

Hoy conmemoramos que María, "al término de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a los cielos" (Pío XII, Bula Munif. Deus). La fe nos asegura esta verdad, y la teología añade que semejante tránsito no tuvo por motivo un alejamiento de María de los problemas y limitaciones de la naturaleza humana; por el contrario, la Madre de Dios fue elevada al cielo para, desde la eternidad, estar más cerca de las necesidades de todos los hombres de todos los tiempos.

Hace poco hablábamos en estas líneas del cielo y la vida bienaventurada. Por la Comunión de los Santos (otra verdad destacada de la fe católica), quienes ya participan de la gloria de Dios no viven al margen de los que estamos todavía en la tierra: hay una comunicación de caridad entre unos y otros. Esta caridad, que nos une a todos en Cristo, nos une también entre nosotros: aquí en la tierra y allí en la eternidad.

María encabeza este ejército de caridad. Sus méritos, inmensamente mayores que los de cualquier otro fiel, se comunican a nosotros de un modo espiritual pero certísimo. Su intercesión en favor nuestro llega a Dios más directa y eficazmente que cualquier otra petición humana o angélica. Su presencia en cuerpo y alma en el cielo es signo y prenda de nuestra futura presencia allí, cuando resucitemos en virtud de los méritos de Jesucristo y seamos revestidos de su gloria, como ya lo ha sido Santa María.

Por el hecho, además, de estar en el cielo en cuerpo y alma, parece como si María pudiera percatarse con más facilidad de las necesidades humanas, muchas de ellas ligadas a este cuerpo material de que disponemos. Objetivamente vistas, quizá nuestras necesidades espirituales sean más importantes cara a la vida eterna; pero es indudable que las deficiencias y escaseces materiales nos agobian con especial premura y suponen también un freno para el desarrollo de las cualidades espirituales.

María comprende muy bien esos apuros humanos materiales y espirituales, y encauza la misericordia de Dios –siempre mayor de lo que imaginamos– hacia las necesidades de los hombres y mujeres que vivimos y trabajamos en la tierra.

Con mi bendición y afecto.