La moral mariana

Santuarios marianos

Congregación para el Clero. Santa Sede Vaticano

 

Son lugares santificados por algún prodigio de la Santísima Virgen, con la consiguiente construcción de un templo de Dios en el que se honra asimismo el recuerdo de los beneficios de la Virgen. Diseminados por todo el mundo, a ellos acuden los fieles en peregrinación para tributar a la Madre del Señor especiales homenajes, que llevan siempre la característica del sacrificio, si es que verdaderamente quieren ser peregrinaciones y no excursiones turísticas. El primer santuario mariano de que se hace

mención en la tradición inmemorial, es el de Efeso. No menos antiguo parece ser el de la "Santa Casa de Loreto" en el que una tradición, no suficientemente comprobada, venera la casita de Nazaret que habría sido milagrosamente trasladada a ese lugar de la Italia central. Una antiquísima tradición carmelitana hace remontar el santuario del Monte Carmelo a los mismos días post - evangélicos, o por lo menos a tiempo muy anterior a las Cruzadas. 

Según Rohault de Fleury, hacia el final del siglo XIII se contaban en todo el mundo diez mil santuarios marianos, metas de peregrinaciones. Hoy día puede decirse que no hay rincón del mundo en donde no exista alguno más o menos importante. Y ello sin incluir en la categoría de Santuarios la infinidad de catedrales, iglesias y oratorios dedicados a María. Cuando en estos santuarios se reúnen determinadas condiciones de magnificencia, de cultos especialísimos, de antigüedad, etc., la Santa Sede suele conferirles el título de "Basílicas", algo así como "casas reales". Entre los templos insignes dedicados a la Virgen Santísima, el más importante del mundo católico es el de Santa María "ad Praesepe" o "Santa María la Mayor" en la ciudad de Roma. 

Una de las causas por las que más eficazmente se han propagado los santuarios marianos es la de las apariciones, tan profusas en los últimos siglos, que bien puede decirse que estamos viviendo "la hora de María". Por su parte los Santuarios vienen a ser una fuente inagotable de gracias y milagros, tanto espirituales como temporales, y sobre todo un instrumento maravilloso y providencial de fomento de la vida cristiana, por la frecuencia de los sacramentos de la confesión y eucaristía que en ellos se practica, así como por las maravillosas conversiones que se realizan en los mismos, hasta el punto de que se puede afirmar con certeza que no hay uno solo de los grandes convertidos de los tiempos modernos, en cuyo camino de reencuentro con Dios y su amistad no hay mediado en mucho o en poco un santuario mariano. 

En los Santuarios debe evitarse un doble peligro, tanto de parte del Santuario mismo, como de parte de los fieles que acuden en peregrinación: de éstos el peligro está en constituir en centro de su vida religiosa la peregrinación o las manifestaciones externas de su culto, sin cuidarse de lo principal, que es la disposición interior, el prepararse con los Santos Sacramentos de Penitencia y Eucaristía para que su obsequio sea verdaderamente agradable a Dios y a la Madre Santísima. En este caso vendría a cumplirse el reproche del libro de la Imitación de Cristo, de que "poco se santifican los que mucho peregrinan". El devoto peregrino de María debe convencerse de que nada hace en bien de su alma con un cirio ni con una ofrenda, ni aun con cultos que él costea en el Santuario con magnificencia y esplendor, si no se procura ante todo la gloria de Dios y la salvación de su alma. Y por otra parte del Santuario debe a su vez evitarse el peligro de convertirlo en una devota recaudación de ofrendas o en una no menos devota colección de trofeos más o menos auténticos, o, en fin, en un sucederse ininterrumpido de procesiones y funciones más o menos litúrgicas que no dejan mucho tiempo a la meditación y a la confesión. Y también, cómo no decirlo?, el rector del santuario mariano debe evitar convencer a sus devotos de que ir a él es necesario para salvarse. 

La mayor gloria que un santuario puede tributar al Señor y a la Virgen Santísima es la de convertirse en un centro de irradiación espiritual, de un mensaje verdadera y profundamente cristiano. 

Fuente: clerus.org