María, Reina de grandeza

Lic. Pbro. Rubén Cerbantes


(Mulier amicta sole, Ap 12,1).
El Evangelio es una historia compendiada en dos frases bellísimas: Ave gratia plena; Ecce Mater tua. Estas dos frases fueron dirigidas a la mujer bendita, a la llena de gracia, a la que han venido llamando bendita todas las generaciones. Gratia plena la dice el mensajero celestial al anunciarle el misterio del amor y de la misericordia. Estas palabras son como el resumen de sus glorias inmarcesibles. Ecce Mater tua, dice Jesús al discípulo amado, Juan, desde la cruz, mostrándole a su Madre. En estas palabras delega su paternidad y pone sus entrañas de amor en el corazón de la más tierna de las madres.

María lleva en su frente una corona de grandeza, porque ha sido elevada a la más alta dignidad: es la Madre de Cristo, la “Corredentora de la humanidad”; corona de poder, porque ha sido asociada a la más alta función de la salvación del mundo, a la redención del hombre; de bondad, porque ha sido constituida madre espiritual de la humanidad en el Calvario, cuna del cristianismo, donde ella está como personificación del amor, como ideal del dolor.

Y ha puesto el poder al servicio de su amor. La gracia fluye de su corazón maternal, de sus manos maternales como de las llagas de Cristo. Dispensas gracias, ternuras y no hay llaga que no cicatrice, ni pena en la que no derrama bálsamo de dulzura, ni tiniebla en la que no sea luz, ni angustia en que no fije sus ternuras maternales, ni tormenta en la que no sea una estrella de esperanza.



La creación es una obra excelsa del Señor, tal y como canta el salmista: “Coeli narrant gloriam Dei et opera manus ejus anuntiat firmamentum”, pero, no obstante esto, la obra por excelencia de Dios es la Encarnación del Verbo, misma que se prolonga hasta la entrega de la vida propia en la cruz, en la cual participó la Santísima Virgen María. Ella nos da al que es el esplendor de la luz eterna. 



a).- Ella nos da a Jesucristo

La veneración es debida siempre a la majestad de la virtud, del rango, del poder, de la gloria. Por eso honramos las cenizas de los héroes, porque se elevaron a la cumbre de la virtud heroica; honramos a nuestros padres, porque ostentan el rango de autoridad en el hogar; honramos a nuestros gobernantes, porque tienen el cetro del poder y honramos a los santos, porque llevan en su frente la aureola de la virtud heroica. Honramos, pues, todo lo que es grande, glorioso, sublime y santo. Todo esto está compendiado, de modo maravilloso, en María. Ella lleva en su frente corona de grandeza y de poder, que constituyen toda dignidad real. Es una reina y es una madre: Salve, regina, mater misericordiae, canta la Iglesia en uno de sus más bellos himnos. Lleva en su frente corona de grandeza, porque nos da a Jesucristo. Toda la grandeza de María se resume en aquella palabra del Evangelio: Mater Jesu. Su maternidad divina es la más hermosa joya que ostenta en su corona de reina.

Gratia Plena: estas palabras del mensajero celestial son el compendio admirable de sus grandezas, de sus excelencias, de sus glorias.

Ester, aquella humilde huérfana de que nos habla la Sagrada Escritura, se sienta por disposición de Dios en trono de reyes. David, el humilde pastorcillo de Belén, es consagrado por mandato del Señor rey de Israel. Judith es consagrada por Dios como la libertadora de su pueblo. Pero mucho más sublime es la vocación de María: ella está llamada a ser la Madre de Dios, la Corredentora de la humanidad.

El Creador de todas las cosas hace participar a María de la eternidad divina. Es la Hija del Padre, la Madre del Verbo eterno y la Esposa del Espíritu Santo.

b).- Ella es glorificada por Jesucristo

Todos los seres creados tienen el deber de glorificar a Dios según el grado de su perfección, por cuanto todo ser debe reflejar las perfecciones del Creador en la propia medida con que le han sido comunicadas.

Jesucristo puede glorificar al padre de manera perfecta, más eficaz y poderosamente que todas las criaturas. Dios reclama de Jesucristo esta glorificación como autor de la humanidad que glorifica al Creador. María participa de esa glorificación que da Jesucristo al Padre en cuanto que Aquél estuvo en su vientre purísimo, recibiendo la naturaleza humana, adquiriendo participación en la humanidad de María.

Las tres divinas personas hacen resplandecer en María su eterna claridad.

Fuente: Seminario Diocesano de Morelia