Septenario Martirial de María

Padre Tomás Rodríguez Carbajo 

 

A María la proclamamos "Reina de los Mártires", aunque bien sabemos que no derramó su sangre para profesar su fe, pero fueron tantos los dolores por los que pasó, sobre todo durante la pasión de Jesús, que fueron capaces de darle muerte, pues, los dolores morales superan a los físicos.

María unida íntimamente a los dolores de Cristo, en su condición de Corredentora, sirve de ejemplo por su entereza en sufrir lo que solo Ella fue capaz de hacerlo.

Nos vamos a fijar en siete momentos por los que Ella pasó desde su encuentro con Jesús camino del Calvario hasta que depositado en el sepulcro bajó del Gólgota.

1.- María encuentra a su Hijo camino del Calvario :Madre desconsolada.

Hay encuentros queridos, otros inesperados, los hay gozosos y tristes. Las personas que se quieren dicen que son como la sangre acuden a la herida sin esperar a que las llamen, se buscan en el dolor, ya que la presencia de la persona querida mitiga el dolor. María no podrá quedarse impasible ante el conocimiento de que su Hijo era llevado a crucificar. ¡Que se dirán los dos con aquellas miradas recíprocas!. La presencia de María camino del Calvario al mismo tiempo que le causó dolor a Jesús, al ver sufrir a quien amaba, también le sirvió de alivio y consuelo, pues le apoyaba en el Si dado al Padre.

2.- María ve a su Hijo despojado de sus vestidos: Madre afligida.

María pudo ver el ignominioso expolio que le hacían a su Hijo. ¡Qué recuerdos le traería aquella túnica hecha toda de una pieza!. Llamó tanto la atención a los soldados que no la dividieron, sino que la sortearon (Jn.19,24). Jesús ha quedado en la pobreza más absoluta. Su sacrificio iba a ser por todos los hombres de todos los tiempos, por eso no se le podrá identificar por su vestido perteneciente a una época o país.

3.- María presencia como crucifican a su Hijo: Virgen de la Piedad.

La Madre ve cómo tratan a su Hijo, cómo lo suben al suplicio horrendo de la cruz reservado sólo para los malhechores. El se habrá rebajado tanto que no se avergonzó de tenernos como hermanos a los hombres, pero nosotros, como si no entendiésemos esta lección de humildad, le hemos querido reservar el puesto más desechado "escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (Cor.1,23). María recordaría el anuncio del salmo 21,17-18: "Han taladrado mis manos y mis pies".

4.- María nos acepta como hijos: Madre nuestra.

Los que asisten a los últimos momentos de un ser querido no se quieren perder ninguna de sus palabras. María que guardaba en su corazón todo lo que de su Hijo le decían, mucho más lo que Él directamente profería.

Aceptó públicamente la oferta que le hizo en aquellos momentos su hijo: "Mujer, he ahí a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre" (Jn.19,26-27). Ella comenzó a ser nuestra Madre en el momento que concibió a Jesús, nuestro Redentor; pero su solemne promulgación fue en el Calvario. No se queja del cambio, nos acepta desde el primer momento como hijos y ejerce dignamente con nosotros su oficio de Madre.

5.- Maria contempla a su Hijo agonizante: Madre Dolorosa.

A todos nos gusta presenciar los momentos importantes de la vida de los seres queridos, no rehuimos de los tristes y nos alegramos con los festivos. María sufre al ver como sufría su Hijo, y se agudiza su dolor al no poder acercarse a Él para aliviarle. Es duro para una madre ver morir al hijo de sus entrañas y mucho más al contemplar ciertas circunstancias que le rodean. En vez de palabras de consuelo, que le alivien, oye risas y carcajadas junto con burlas, porque no se baja de la cruz. (Mt.27,39-43).

6.- María abraza el cuerpo de su Hijo muerto: Madre de las Angustias.

No es el sólo hecho de que su Hijo está muerto, sino de cómo le hemos dejado: Toda la maldad se ha desfogado sobre Él y le hemos dejado hecho "un asco", como ya lo había anunciado el profeta Isaías. La asociación de ideas le traerá a la memoria las veces que lo tuvo en su regazo, cuando era pequeño. Cada herida, que contemplaba, le hacía recordar lo mucho que le habíamos costado al pagar por nuestros pecados.

7.- Maria queda en soledad tras el entierro de su Hijo: Nuestra Señora de la Soledad.

A los dolores de todo aquel día, ahora se le añade uno nuevo: la soledad. Varias veces Maria había pasado por distintos matices de la soledad:

o        Al perder a su Hijo, cuando éste tenía 12 años, pero tenía a José.

o        Cuando muere José, pero le quedaba Jesús.

o        Cuando Jesús va a predicar, pero tiene el consuelo de verlo alguna vez.

Esta es la mayor de las soledades: El Hijo muerto y enterrado. Con variados nombres conocemos los distintos momentos de dolor por los que pasó Maria, que al hacerlo con entereza y como Corredentora, la podemos llamar: "Reina de los Mártires".