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Noche
de Silencio
Padre
Raniero Cantalamessa OFM
Hay
"infinitas formas de pobreza". El silencio. La Navidad
podría ser para alguno la ocasión de redescubrir la belleza de
momentos de silencio, de calma, de diálogo consigo mismo o con las
personas.
Natividad
del Señor
Isaías 62,11-12; Tito 3,4-7; Lucas 2,15-20
El Evangelio de la segunda Misa de Navidad, llamada «de la aurora»,
nos muestra con los pastores y con María cuál debe ser nuestra
respuesta y nuestra actitud ante el pesebre de Cristo. Los pastores
personifican la respuesta de fe ante el anuncio del misterio. Dejan
«sin demora» su rebaño, interrumpen su descanso; todo pasa a un
segundo plano frente a la invitación de Dios; María personifica la
actitud contemplativa y profunda de quien, en silencio, contempla y
adora el misterio: «María, por su parte, guardaba todas estas
cosas, y las meditaba en su corazón».
Existen verdades y acontecimientos que se pueden acoger mejor con el
canto que con las palabras, y uno de ellos es precisamente la
Navidad. El canto navideño más popular en Italia es Tu scendi
dalle stelle (Desciendes de las estrellas. N de la t), compuesto por
San Alfonso María de Ligorio. La Navidad nos aparece en él como la
fiesta del amor que se hace pobre por nosotros. El rey del cielo
nace «en una gruta en el frío y en el hielo»; al creador del
mundo «le faltan paños y fuego». Esta pobreza nos conmueve,
sabiendo que «te hizo amor más pobre», que fue el amor el que
hizo pobre al Hijo de Dios. Con palabras sencillísimas, casi
infantiles, se expresa el significado de la Navidad que el apóstol
Pablo encerraba en las palabras: «Nuestro Señor Jesucristo, siendo
rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con
su pobreza» (2 Co 8,9).
Hay infinitas formas de pobreza que, al menos una vez al año, vale
la pena recordar, para no quedarnos siempre en la pobreza de los
bienes materiales. Existe la pobreza de afectos, la pobreza de
educación, la pobreza de quien ha sido privado de lo que le era más
querido en el mundo, la pobreza de la esposa rechazada por el marido
o del marido rechazado por la esposa; la pobreza de los esposos que
no han podido tener hijos, de quien debe depender físicamente de
otros. La pobreza de esperanza, de alegría. Finalmente la peor
pobreza de todas, que es la pobreza de Dios.
Existen pobrezas, propias y ajenas, contra las cuales hay que luchar
con todas las fuerzas, porque son pobrezas malas, deshumanizadoras,
no queridas por Dios, fruto de la injusticia de los hombres; pero
hay muchas formas de pobreza que no dependen de nosotros. Con estas
últimas debemos reconciliarnos, no dejarnos aplastar por ellas,
sino llevarlas con dignidad. Jesucristo eligió la pobreza; hay en
ella un valor y una esperanza.
Otro canto navideño, el más amado en todo el mundo, es Stille
Nacht, Noche silenciosa (popularmente entonado también como «Noche
de Paz», N de la t). El texto original dice: «¡Noche de silencio,
noche santa! / Todo calla, solo velan / Los dos esposos santos y
piadosos. / Dulce y querido Niño / Duerme en esta paz celeste». El
mensaje de este canto no está en las ideas que comunica (casi
ausentes), sino en la atmósfera que crea: una atmósfera de
estupor, de calma y de silencio, y nosotros tenemos una necesidad
vital de silencio. «La humanidad, dijo Kierkegaard, está enferma
de estruendo». La Navidad podría ser para alguno la ocasión de
redescubrir la belleza de momentos de silencio, de calma, de diálogo
consigo mismo o con las personas. Un texto de la liturgia navideña,
procedente del libro de la Sabiduría (18,14-15), dice: «Cuando un
sosegado silencio todo lo envolvía, tu Palabra omnipotente, oh Señor,
saltó del cielo, desde el trono real», y san Ignacio de Antioquia
llama a Jesucristo «la Palabra salida del silencio» (Magn. 8,2).
También hoy, la palabra de Dios desciende allí donde encuentra un
poco de silencio.
María es el modelo insuperable de este silencio adorador. Se nota
una diferencia entre su actitud y la de los pastores. Los pastores
se ponen en camino diciendo: «Vayamos hasta Belén y veamos lo que
ha sucedido», y vuelven glorificando a Dios y relatando a todos
aquello que habían visto y oído. María calla. Ella «no tiene
palabras». Su silencio no es un sencillo callar; es maravilla,
estupor, adoración, es un «silencio religioso», un estar dominada
por la grandeza de la realidad.
Concluyo con una bella leyenda navideña que resume todo el mensaje
que hemos recogido de los dos cantos navideños: pobreza y silencio.
Entre los pastores que acudieron la noche de Navidad a adorar al Niño
había uno tan pobrecito que no tenía nada que ofrecer y se
avergonzaba mucho. Llegados a la gruta, todos rivalizaban para
ofrecer sus regalos. María no sabía cómo hacer para recibirlos
todos, al tener en brazos al Niño. Entonces, viendo al pastorcillo
con las manos libres, le confió a él, por un momento, a Jesús.
Tener las manos vacías fue su fortuna. Es la suerte más bella que
podría sucedernos también a nosotros. Dejarnos encontrar en esta
Navidad con el corazón tan pobre, tan vacío y silencioso que María,
al vernos, pueda confiarnos también a nosotros su Niño.
Raniero Cantalamessa OFM
Cap --predicador de la Casa Pontificia
Comentario del Evangelio del día de Natividad 2005
(segunda Misa) - [Traducción del original italiano realizada por
Zenit]
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