Fiesta, Natividad de María 

Rosa Ruiz, rmi

 

Mt 1,1-16.18-23

Celebramos el nacimiento de María, fiesta que en muchos lugares se conoce bajo la advocación de la Virgen de cada lugar. Sólo por recordar algunos de ellos: la Santina de Covadonga en Asturias, Ntra Sra de la Caridad del Cobre en Cuba, Virgen de la Fuensanta en Córdoba, Virgen de la Vega en La Rioja ySalamanca, Virgen del Pino en Gran Canaria, Virgen de Gracia en distintas provincias españolas, Virgen de Nuria en Cataluña, Virgen de Estíbaliz y Virgen de Arrate en el País Vasco, etc… Sin embargo no hay datos sobre la infancia de María, más allá de algunas tradiciones apócrifas. Parece que la Iglesia quiere celebrar expresamente su nacimiento, pero no le pareció imprescindible tener datos concretos, posiblemente porque no revistieran ningún carácter distinto al de cualquier hijo de Israel. Quizá también porque recordar el nacimiento de alguien implica reconocer el valor de toda su vida, de todo un itinerario; como si fueran los gestos y decisiones posteriores los que van iluminando en cada caso el misterio que guardamos al nacer. Por eso, creo que hoy celebramos la múltiple gracia que toda nueva vida guarda seminalmente y que espera ser desplegada a lo largo de los años. Hoy celebramos la vida de una mujer tan especial que compartiendo con nosotros en todo la condición humana, supo ponerse en manos de Dios de tal manera que ha transformado el rumbo de la historia: María de Nazaret, Madre de Dios y Madre nuestra.

Y si miramos las lecturas que la Iglesia nos propone, se enriquece mucho el sentido de esta fiesta pues, como no puede ser de otro modo, no hay fiesta mariana que nos lleve siempre a Jesús. Así, el Evangelio de hoy es la genealogía, la madera humana que fue entretejiendo el tronco en que Cristo se encarnó. Hablar de nuestras raíces, de nuestros apellidos, de nuestro pasado es poder afirmar que no estamos solos, que tenemos una historia y formamos parte de ella. Así ocurre con Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías esperado. No podemos decir que nuestro Dios pasó por la historia y por la tierra unos cuantos años, como una experiencia divina o un paréntesis de la historia. No. En Cristo y en la genealogía Dios ha querido asumir la sangre, el aire de familia, la tradición de hombres y mujeres concretos: idólatras, patriarcas, esclavos, pastores convertidos en reyes, prostitutas, mentirosos, alguna adúltera, extranjeras impuras, carpinteros sencillos, mujeres campesinas… No nos escandalicemos pero ¡¡¡no olvidemos todo cuánto Jesús ha hecho suyo!!!




Por otro lado, tampoco podemos decir que Cristo sea simplemente fruto de la historia humana; finalmente, al llegar a José, la narración se rompe y ya no es un varón quien le engendra sino el seno de una Virgen. Quizá no sepamos explicarlo y no haga falta hacerlo; pero sí podemos contemplar y reconocer el misterio, la novedad de Jesús, nacido de María por obra del Espíritu Santo para ser Dios con nosotros. Jesús asume la historia y la luz y las sombras de sus antepasados, pero lo transforma y hace nuevo, lo diviniza, nos lleva a Dios.

De este Hijo, esta Madre: María, la de Nazaret, la que se dejó hacer por Dios hasta tal punto que engendró a la Vida, a Cristo mismo, nuestro hermano Jesús. ¡Gracias, porque así también nosotros podemos añadir nuestro nombre en esta genealogía salvadora!

Fuente: cuidadredonda.org