¡ La mejor Bendición ! San 

José Cristo Rey García Paredes, cmf

 

Lc 2, 16-21

Santa María, Madre de Dios

Hace pocas horas sonaban las campanadas que concluían el año 2005 y daban inicio al año 2006. Muchos acontecimientos de nuestra vida personal y social estuvieron fechados con la fecha 2005. Y como tales quedarán registrados en los anales de la historia y de nuestra vida particular. Hoy se inicia una nueva datación de los hechos. Y nos preguntamos con incertidumbre y un secreto estupor: ¿qué nos ocurrirá en este año 2006? 

Nos tememos, ante todo, noticias de muerte, de fracasos, de enfermedades, de males y catástrofes. Esperamos, también, buenas noticias de vida, de éxito, de bienestar, de sucesos extraordinarios. 

¡Qué bueno es, entonces, suplicar al comienzo del año una bendición a Dios! La primera lectura nos dice cómo Aarón y sus hijos debían bendecir a los israelitas –según el mandato de Dios-. Esa bendición es también aquella con la cual la madre Iglesia nos bendice, al iniciar este año. Contiene tres deseos: “el Señor te bendiga y te proteja”, “el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te sea propicio”, “el Señor vuelva hacia ti su rostro y te conceda la paz”. 

Unir nuestra vida al nombre de Dios es la mayor bendición. Invocar su nombre es señal de una relación estrecha, permanente con él. Tendemos a olvidar los nombres de aquellas personas con las cuales no tenemos relación, ni alianza. La mayor bendición es vivir en permanente relación con nuestro Señor Dios. Él será nuestro protector, nos favorecerá, nos concederá la paz en todo momento y hará que su rostro brille sobre nosotros, ¡que le caigamos en gracia! Igual que puso sus ojos en la humillación de su sierva, María, también los pondrá sobre nosotros. 

Experimentemos, al comenzar este año, esa presencia de Dios, esa mano poderosa que nos protege, esa mirada que nos ama y es propicia. Por eso, comenzamos el año con la mejor de las sonrisas y la mejor de las certezas: ¡estamos en manos de Dios, bajo la luz de su mirada! ¿Qué más queremos? 

Jesús, ya desde el principio, llevó en su cuerpo la señal de esta Bendición. A los ocho días quisieron sus padres, María y José, que fuera circuncidado, es decir, que recibiera su cuerpo la marca de la Alianza con Dios. Ellos querían que su hijo Jesús, ya desde el principio, apareciera como un “aliado” de Dios. Lo que era se expresaba en el sacramento de la circuncisión. Pero Jesús no solo necesitaba la bendición de Dios, Él ser convirtió en nuestra bendición. Tenerlo en nuestra tierra es la mayor bendición. Conectar con Jesús, acogerlo, introducirlo en nuestra vida, ¿no es la mayor bendición? 

Así lo entendieron aquellos pastores que creyeron en lo que habían oído y después experimentado o visto personalmente y que, finalmente relataron a los demás. ¡Fuera temores o malas expectativas ante el año que viene! El único miedo que debe embargarnos es perder el contacto y la Alianza con nuestro Dios, aunque sea olvidar un solo instante su nombre. Comulguemos todos los días a Jesús y habrá bendición diaria. Me ha llamado este año la atención eso de que los pastores encontraron a Jesús recostado en un pesebre. Sabemos que el pesebre era, por así decirlo, la mesa en la que comen los animales. Sobre esa mesa hay no solo un alimento para la vida, sino el Pan de la Vida. ¿No era Beth-lehem la “casa del Pan”? El pequeño Jesús es colocado en la mesa más pobre que podamos imaginar como Alimento de Dios, bendición de Dios. ¿Quién no se comerá a besos este regalo que recibimos de las manos de María y de José? 

Sin saberlo, miles y millones de seres humanos sienten en la Navidad un algo especial que no saben describir. Más allá de los tópicos a los que recurrimos –que si consumismos, que sin secularización de las fiestas-, yo creo que hay algo más profundo: una necesidad de regalar, de encontrarse con los demás, un deseo profundo de paz, de armonía, nostalgia de amores imposibles, evocaciones de personas muy queridas, luces en las noches de la vida, sueños flotantes que nos devuelven la ilusión. ¿No es todo esto, signo de una Bendición misteriosa que nos invade? 

Abrámonos a la Bendición que se nos concede. Que hay bendición para todos. Que el Abbá nos ama, porque es Amor y en la Madre –unida a su Esposo José- nos ofrece su mejor regalo, el Hijo común, Dios y Hombre, la Carne que nos salva, JESÚS. 

Fuente: cuidadredonda.org