Solemnidad de la Madre del Señor

Padre Pablo Largo Domínguez

 

Nuestra Señora de la Paz

Son dos las miradas que hoy nos propone la liturgia: una mirada a la madre de Jesús y una mirada a nosotros. La primera no ha de ser ya una mirada de soslayo, sino franca y directa. No nos va a apartar de la contemplación del misterio de la Navidad; la va a estimular. Y la segunda nos invita a preguntarnos si somos servidores de la paz.

1. Jesús tiene una madre. No cae del cielo por no sé qué extraña vía; entronca en el árbol humano a través de una familia concreta, que enlaza con el rey David, y con antepasado Abraham, y con "Adán", con la humanidad toda y sus primeros representantes. En el siglo II hubo ciertos cristianos que se asustaban de que el Hijo de Dios estuviera hecho de nuestra misma pasta, hubiera sido concebido, gestado y alumbrado por una mujer. Decían que tenía un cuerpo celeste, o un cuerpo aparente, y que pasó por María como el agua por un canal. Si eso fuera cierto, nuestra fe se basaría en un fraude; si Jesús no es hijo de María, nosotros no somos hijos de Dios; si él no participó en nuestra naturaleza, tampoco nosotros participamos en la suya de Hijo de Dios Padre. María no fue un canal: fue un verdadero hontanar o manantial del que brotó la humanidad de Jesús. Sólo así es real y salvador el misterio de la Encarnación. Sólo si Jesús decía con verdad "immá" al dirigirse a su madre podemos nosotros decir con verdad "abbá" al dirigirnos a Dios. Sólo la verdad edifica, no el engaño, ni la apariencia.

2. El segundo motivo de este día es la celebración de la Jornada mundial de la Paz. En el documento publicado por S.S. Juan Pablo II para la jornada de la paz que se celebra hoy, el actual Pontífice recuerda a Juan XXIII. El Beato Juan XXIII escribió hace más de 40 años una encíclica que se titula Pacem in terris. En ella escribe que hay cuatro columnas sobre las que se asienta este don tan grande: la verdad, la justicia, el amor, la libertad.

Una primera columna es la verdad. Y así volvemos sobre lo que indicábamos arriba: la paz no se puede basar en el fraude al otro. Sólo de la verdad nace la confianza, y la confianza mutua es garante de la paz. La verdad se la debemos a los demás. No es un regalo que les hacemos porque sí, porque queremos; es una especie de deuda que tenemos contraída con ellos. Es la primera forma de la justicia, el primer ejercicio de la justicia, para con las otras personas y para con los grupos o las diferentes formas de comunidad: tienen verdadero derecho a que las palabras que les digamos sean verdaderas.

Con esto pasamos a la segunda columna, la de la justicia. Desde san Agustín se ha dicho: "la paz es obra de la justicia" (opus iustitiae, pax). Y en un salmo (el 84) se declara: "La justicia y la paz se besan". La justicia implica que reconocemos al otro, que respetamos sus derechos, que no ejercemos abuso ni violencia sobre él ni sobre su territorio. La justicia exige que, en la empresa y el trabajo, cumplamos lo pactado. La justicia pide que no se practique el favoritismo en detrimento de otros. La justicia pide que practiquemos un "comercio justo" a la hora de comprar materias primas o de vender productos industriales, en que mantenemos intercambios de otro tipo en que salgamos beneficiados unos y otros.

La tercera columna es el amor. Porque eso que llamamos estricta justicia fácilmente consiste en una justicia estrecha, cicatera, al borde mismo de la injusticia. Y porque "la justicia es el comienzo de la caridad y la caridad es el coronamiento de la justicia". El amor es una voluntad concreta de afirmar a los otros, de decirles "sí" lo más eficazmente posible, de ir más allá de los propios intereses para atender a las necesidades y las legítimas aspiraciones que los otros tienen. En las relaciones entre distintos estados puede parecer demasiado idílico hablar de "amor". Pero de hecho hablamos de amistad entre pueblos, de vínculos comunes que van más allá de los meros intereses comunes. Y cuando se da una desgracia, y de las proporciones que ha tenido la causada por el maremoto del Sureste asiático, hay ayuda, no sólo de personas o de instituciones, sino también de los estados, gestionadas por los respectivos gobiernos. "La justicia es el comienzo de la caridad, y la caridad, el coronamiento de la justicia".

La cuarta columna es la libertad. Si soy libre, si no soy oprimido por el otro, no habrá base para que brote en mí el resentimiento, que me llevaría a ir acumulando agravios y, en un momento probablemente imprevisto, a estallar en una explosión de rebeldía. Si el otro se siente esclavizado por mí, también en él se desencadenarán fácilmente estas reacciones.

La paz no es sólo ausencia de conflicto: es sobre todo concordia entre las personas, entre las agrupaciones humanas, entre las naciones y pueblos. Que el Dios de la paz nos la conceda este año nuevo que hoy comienza. Acojamos y comuniquemos su don.