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La Visita de la Virgen a su prima Isabel
Padre Juan Pablo Menéndez
Lucas 1, 39-45
El
evangelio de San Lucas nos narra el Anuncio del ángel a María como
“de puntillas”, con gran respeto, venerando a los protagonistas de
este diálogo único. Hoy, sin embargo, asistimos a aquella “segunda
anunciación”. La que el Espíritu Santo revela a santa Isabel en el
momento de reconocer en María a la Madre de su Señor. Estas dos
mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar
a los hombres, y lo hacen con una naturalidad sorprendente. Por su
parte, María, la llena de gracia, no sólo no se queda ociosa en su
casa. Ser Madre de Dios no desdice un ápice de su condición de mujer
humilde, de modo que va en ayuda de su prima. Isabel, por su parte,
anuncia, inspirada por el Espíritu, una gran verdad: la felicidad
está en el creer al Señor.
Cuando alguien se profesa cristiano, su fe y su vida; lo que cree y
cómo lo vive, son dos esferas que están íntimamente unidas. Quien
piense que “creer” es sólo profesar un credo religioso, adherir a
una religión o a unos dogmas, quizás tiene una pobre visión del
término. Porque cuando se cree de verdad se empieza a gustar las
delicias con que Dios regala a las almas que le buscan con
sinceridad. La pedagogía de Dios es tan sabia que sabe impulsarnos,
dándonos a saborear su felicidad, -que es inmensa e incomparable-,
cuando somos fieles. Es un gozo que, sin casi quererlo, nos lleva a
más, nos invita a entregarnos con más generosidad a la realización
de un plan que va más allá de nuestra visión humana. Isabel reconoce
en su prima esa felicidad porque ha creído, pero además porque en
consecuencia, su vida ya no respondía a un plan trazado por ella,
sino por su Señor. Ella estaba también encinta ¿por qué era
necesario un viaje en las condiciones de aquel tiempo...?
Preguntémonos, si hoy queremos ser felices, ¿cómo va mi fe en la
presencia de Dios en mi vida? Si lucho por aceptarla y vivirla ya
tengo el primer requisito para mi felicidad. Aunque tenga que
trabajar y sufrir, sabré en todo momento que Dios está a mi lado,
como lo estuvo de María y de Isabel.
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