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Una "palanca " fuera de serie
Padre
Sergio Cordova L.C.
Jn
2, 1-12
Recuerdo
que, hace algunos años, traía entre manos varios proyectos
apostólicos y, para llevarlos adelante con mayor celeridad,
necesitaba el apoyo de algunas personas importantes del mundo
político y empresarial. Y como no las conocía personalmente, me era
necesario contar con la recomendación de otros amigos para que les
pidieran su apoyo.
Todos, alguna vez en la vida, necesitamos a algún amigo “influyente”
para que nos recomiende con otras personas, sea por motivos
personales o profesionales. ¿No te ha sucedido, por ejemplo, que
tienes que entrevistarte con el jefe de tu empresa para alguna
cuestión laboral o con el presidente de una multinacional? ¿O que,
en un viaje a Roma, hayas querido saludar al Papa o acudir a una
audiencia general? Dicha recomendación sería muchísimo más necesaria
si quisieras una entrevista personal con el Papa o asistir a una
Misa en su capilla privada en el Vaticano. Lo mismo si pretendieras
un favor especial del presidente de los Estados Unidos o de la reina
de Inglaterra.
En la vida espiritual nos ocurre algo semejante. Pero con la
grandísima diferencia de que no estamos pidiendo algo a un rey o a
un papa, ¡sino al mismo Dios! Gracias al infinito amor que nos tiene
y a su inmensa condescendencia, no tenemos necesidad de
“intermediarios”, pues podemos acudir directamente a Él a través de
la oración. Sin embargo, sí necesitamos el apoyo de alguna “palanca”
especial para que nos ayude a obtener de Él aquello que le
suplicamos.
¡Cuántas veces me han dicho a mí esta frase: “Padre, usted que está
más cerca de Dios, rece por esto o aquello”, pues creemos que el
Señor escucha más a quienes están más cerca de Él. Por eso mismo
rezamos a los santos y pedimos su intercesión. Pero si, para las
cosas de la tierra, el secretario del jefe, un amigo o una persona
de confianza nos pueden ayudar a obtener un favor, ¡con cuánta mayor
razón no nos va a socorrer la Madre de Dios, que es también nuestra
Madre dulcísima! ¡Ella es nuestra más poderosa y eficaz “palanca”!
Esto es lo que ocurre en el Evangelio de hoy. Se celebra una boda en
Caná de Galilea. Jesús y sus discípulos son invitados a la fiesta. Y
María Santísima está también allí. Las celebraciones nupciales en el
Oriente duraban alrededor de una semana. Eran, como es lógico, días
de alegría y de júbilo. De pronto, a mitad de la fiesta, se acaba el
vino. ¡Qué tragedia para aquellos jóvenes esposos! Esto sí que iba a
ser un “trago amargo”.
Pero María, con su exquisita delicadeza femenina y con solicitud de
verdadera madre, es la primera en darse cuenta de ello y, para
evitar un chasco a esos novios, se acerca a Jesús para decirle: “No
tienen vino”. Obviamente, ni Jesús ni María estaban implicados en el
asunto. Ellos eran también huéspedes e invitados, como los demás.
Sin embargo, María no estaba sólo informando algo a su Hijo, sino
que era ya una discreta y fina petición de que hiciera algo para
solucionar aquella embarazosa situación. El Señor responde como era
lógico que lo hiciera: “¿Qué nos interesa esto a ti y a mí?”. No era
problema de ellos. Y añade un motivo aún más fuerte para no
involucrarse en la cuestión: “Aún no ha llegado mi hora”. Todavía no
era el momento de hacer milagros ni de manifestar al mundo su poder.
Todavía tenía que esperar un poco.
Y, sin embargo, María insiste, con gran finura y delicadeza. Ella
sabía que su Hijo no se negaría a complacerla en aquel favor que le
estaba pidiendo. Por eso, porque conocía el corazón de su Hijo, les
ordena con total seguridad a los sirvientes: “Haced lo que Él os
diga”. Su Hijo sacaría a aquellos novios de su apuro. Y a
continuación nos narra el evangelista cómo sucedió el milagro.
Yo quisiera fijarme ahora, más que en el milagro mismo –que fue
maravilloso— en la intercesión igualmente maravillosa de la
Santísima Virgen. Todavía no era tiempo de que nuestro Señor hiciera
milagros porque el Padre había reservado “su hora”. Y María, con su
petición, ¡adelanta la hora de Dios! Podemos decir que su súplica
“cambió” los planes de Dios. ¡Eso sí que es prodigioso!
Hace algunos días recordábamos que san Bernardo solía llamar a María
la “Omnipotencia suplicante” y “la Medianera de todas las gracias”.
Decía: “La voluntad de Dios es que nosotros tengamos todo a través
de María”. Por ella nos vienen todas las gracias porque es la más
poderosa de las reinas y la más eficaz de las intercesoras. Un hijo
bueno no niega nada a su madre. Y Jesús es el hijo más amoroso de la
más dulce y bondadosa de las madres. Pero, sobre todo, ¡es Dios
todopoderoso! Con esta intercesora, ¿qué no podremos obtener de
Dios? Ella no es su secretaria ni una amiga, ¡sino su propia Madre!
Hay un hermoso motete que algunas veces cantamos en el Rosario, que
dice así: “Porque eres Madre de Dios, todo lo puedes; porque eres
nuestra Madre, siempre nos acoges en tu corazón, María, a Dios y el
hombre…” Todos, como hijos pequeños y débiles que somos, necesitamos
de una madre, necesitamos de María, sobre todo en las horas de
oscuridad y de aflicción.
El santo Cura de Ars solía decir: “Un corazón de madre es un abismo
de bondad: ¿Qué tendrá que ser, pues, el corazón de María? El
corazón de María es tan tierno para con nosotros, que los de todas
las madres reunidas no son sino un pedazo de hielo al lado del
suyo”. Y san Bernardo: “¡Oh tú, que caminas por este miserable valle
de lágrimas y andas zozobrando entre la tempestad del mundo! Si no
quieres verte sumergido entre las olas, no apartes jamás los ojos de
esta brillante y luminosa estrella. Si se levantan los vientos de
las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tribulación,
mira la estrella e invoca a María”.
¡Ojalá, pues, que nuestra confianza en la poderosa intercesión de
María Santísima sea total y filial, como la del niño pequeño que
confía ciegamente en su madre! Acudamos a Ella siempre que lo
necesitemos y en todos los momentos de nuestra vida. Ella, como en
Caná, arrancará otro milagro de su Hijo cuando nosotros, como
aquellos jóvenes esposos, “ya no te tengamos vino” para seguir
viviendo con fe, alegría y perseverancia nuestra vida cristiana.
Fuente:
autorescatolicos.org
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