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Elogio de la madre de Jesús
catholic.net
Lc
11, 27-28
Muchas
veces el cariño que sentimos hacia María se trasluce en un mohín de
disgusto al escuchar este pasaje. ¿No fue Cristo injusto -o a lo
menos descortés- con su madre al responder así ante el piropo que le
brindaban? A simple vista podría parecer que sí, pero si lo pensamos
más aguda y profundamente, concluiremos que lo que en realidad buscó
-y logró- con esa respuesta, fue que María no fuese alabada y
querida por el hecho físico de llevar a Jesús en el seno y
alimentarlo, sino por algo infinitamente más grande: cumplir la
voluntad de Dios y perseverar en ella todos los días de su vida.
María -aun siendo madre de Dios- tenía todos los ingredientes para
ser una perfecta infeliz: de clase baja, en un país ocupado,
perseguida por la autoridad, prófuga en Egipto con un niño recién
nacido, viuda en plena juventud, solitaria en una aldehuela
miserable, con un hijo al que la familia considera loco, víctima de
las lenguas que le cuentan cómo los poderosos desprecian a su único
hijo -un predicador- y buscan su muerte. Y lo más impresionante, su
propio hijo la abandona y aparentemente la infravalora en público.
Tenemos buenos argumentos para un melodrama o una telenovela
lacrimógena. Jesús -contra todo pronóstico- la presenta como modelo
de felicidad sólo porque oyó y cumplió la palabra de Dios. A veces
sentimos que nos agobia el mucho trabajo, el estrés, el estrecho
sueldo que hay que estirar cada mes, los plazos del coche, la casa y
los electrodomésticos que aún no pagamos... Sufrimos porque no
entendemos la actitud de ese hijo que se entrega completamente a
Dios y parece que nos abandona en el momento más difícil para la
familia. Todo esto y mucho más vivió la Virgen, añadiendo el
aparente abandono de Dios. Sin embargo, aquí no se queda la
historia.
María vivió en esta vida las cosas más grandes y sublimes, fue
elegida predilecta de Dios en todo momento y el amor de Dios invadía
su persona y, por tanto, su vida. María rezaba. Nosotros también
podemos vivir cosas similares a ella y hemos de ser conscientes de
que ante todo, las cruces son una muestra del amor inmenso de Dios,
del amor de predilección de Dios hacia nosotros. Él nunca va a dejar
que estemos siendo tentados por encima de nuestras fuerzas. Y
siempre nos dará el ciento por uno y la vida eterna, cada vez que
dejemos todo y le sigamos.
Fuente:
es.catholic.net
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