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Ha mirado la humildad de su sierva
Padre Raniero Cantalamessa OFM Cap
Lc
1, 39-45a
El
último domingo de Adviento es el que debe preparar inmediatamente a
la Navidad. Las compras ya deberían estar hechas, y tal vez estamos
un poco más disponibles para pensar también en el sentido religioso
de la fiesta. El Evangelio es el de la Visitación de María a Isabel,
que finaliza con el Magnificat: «Proclama mi alma la grandeza del
Señor y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado
la humildad de su sierva»
Con el Magnificat María nos ayuda a captar un aspecto importante del
misterio navideño sobre el que desearía insistir: la Navidad como
fiesta de los humildes y como rescate de los pobres. Dice: «Ha
derribado del trono a los poderosos y ha enaltecido a los humildes;
a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos». En el mundo de hoy se van perfilando dos nuevas clases
sociales, que ya no son las mismas que se consideraban en el pasado,
esto es, propietarios y proletarios. Son más bien, por un lado, la
sociedad cosmopolita que sabe inglés, que se mueve a sus anchas por
los aeropuertos del mundo, que sabe utilizar el ordenador y «navega»
por Internet; para la cual la tierra es ya «la aldea global»; por
otro, la gran masa de aquellos que apenas han salido de su pueblo
natal y tienen un acceso limitado o sólo indirecto a los grandes
medios de comunicación social. Hoy son estos, respectivamente, los
nuevos «poderosos» y los nuevos «humildes».
María nos ayuda a volver a poner las cosas en su sitio y a no
dejarnos engañar. Nos dice que frecuentemente los valores más
profundos se esconden entre los humildes; que los acontecimientos
que más inciden en la historia (como el nacimiento de Jesús) suceden
en medio de ellos, no sobre los grandes escenarios del mundo. Belén
era «la aldea más pequeña de Judá», dice la primera lectura del día;
sin embargo, fue en ella en la que nació el Mesías. Grandes
escritores, como Manzoni y Dostoiewski, han inmortalizado en sus
obras los valores y las historias de la «gente pobre».
La «opción preferencial» de los pobres es algo que hizo Dios mucho
antes del Concilio Vaticano II. La Escritura dice que «el Señor es
excelso, pero se fija en el humilde» (Sal 138, 6); que «resiste a
los soberbios, pero concede su favor a los humildes» (1 P 5, 5). A
lo largo de toda la revelación se nos muestra como un Dios que se
inclina sobre los pobres, los afligidos, los abandonados y aquellos
que no son nada a los ojos del mundo. Todo esto contiene una lección
actualísima. Nuestra tentación, en efecto, es la de hacer
exactamente lo contrario de lo que hizo Dios: querer mirar a quien
está arriba, no a quien está abajo; a quien le va bien, no a quien
se encuentra en necesidad.
No podemos contentarnos con recordar que Dios orienta su mirada
hacia los humildes. Debemos hacernos nosotros mismos pequeños,
humildes, al menos de corazón. La Basílica de la Natividad en Belén
sólo tiene una puerta de entrada, y es tan baja que no se puede
pasar por ella más que inclinándose profundamente. Hay quien dice
que fue construida así para impedir que los beduinos entraran a
grupa de sus camellos. Pero la explicación que siempre se ha dado (y
que contiene, en cualquier caso, una profunda verdad espiritual) es
otra. Esa puerta debía recordar a los peregrinos que para penetrar
en el significado profundo de la Navidad hay que abajarse y hacerse
pequeños.
En los próximos días oiremos cantar muchas veces la antigua melodía
Tu scendi dalle stelle, o re del cielo... [popular italiano
compuesto por san Alfonso María de Ligorio: «Desciendes de las estrellas,
oh rey del cielo». Ndt.]. Y si Dios descendió «de las estrellas»,
¿no deberíamos nosotros bajar de nuestros pequeños pedestales de
superioridad y de dominio, para vivir como hermanos reconciliados
entre nosotros? También tenemos que bajar de nuestros «camellos»
para entrar en la gruta de Belén...
Fuente: fluvium.org
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