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¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?
Padre
Camilo Daniel Pérez
Lucas 1, 39-45
Este 4º. Domingo de Adviento nos toca celebrarlo a unas cuantas
horas de la celebración de la Navidad y nos da la oportunidad de
hacer nuestra reflexión sobre una persona que vivió muy de cerca el
gran acontecimiento del nacimiento del Niño Jesús, siendo, por
decirlo así, una de las principales protagonistas. Me refiero a la
Santísima Virgen María. Ella, mejor que nadie, nos puede orientar en
la mejor manera de disponer nuestro corazón para contemplar el gran
misterio de la encarnación.
¿Quién es María? Ante todo no olvidemos que María era una mujer
campesina, sencilla, pobre, de un pueblo sin relevancia en el mundo,
el Pueblito de Nazareth. Dos cosas hicieron grande a María: Que Dios
se haya fijado en ella. Así lo reconoce María cuando dice: “Desde
ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha
hecho obras grandes por mi”. La otra cosa que hizo grande a María
fue su respuesta llena de fe y de generosidad a la propuesta de
Dios: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra”.
Si tuviera que describir a María en pocas palabras yo diría que ella
fue toda de Dios y toda del pueblo. Es más: era del pueblo porque
era de Dios y por ser de Dios tenía que ser del pueblo. Ésta fue,
por decirlo así, la espiritualidad de María. Voy a tratar de
explicarme.
En primer lugar, María fue y es toda de Dios. Fue una colaboradora
muy directa en el plan de Dios. Le dijo “sí” a Dios con su palabra y
con su vida. Ella tuvo una experiencia muy profunda de Dios y lo
descubrió actuando siempre a favor del pueblo, a favor de los
humildes. Por eso exclama: “Él hace proezas con su brazo: dispersa a
los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos,
enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a
los ricos despide vacíos”.
Ciertamente esta experiencia de Dios María la bebió de manera
especial en el pesebre de Belén y la fue constatando en el caminar
de la vida de Jesús. Fue una contemplativa de Dios, “pues guardaba
todas estas cosas y las meditaba en su corazón”.
Al acercarnos al pesebre de Belén con el corazón abierto y con la
disponibilidad de María no nos quepa duda de que vamos a descubrir y
a experimentar lo que María descubrió y experimentó de Dios. En el
pesebra está solo Dios con su amor. Desprovisto de todo para hacerse
solidario con todos, especialmente con los más pobres de nuestro
pueblo: “Él siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su
´pobreza”.
En segundo lugar, decíamos que María fue toda del pueblo.
Precisamente en el pasaje del Evangelio que leemos en la misa de hoy
se nos presenta visitando a su Prima Isabel para ponerse a su
servicio, pues Isabel estaba por dar a luz y requería de ayuda.
Podría decirse que ésta visita de servicio fue la primera de muchas
más visitas que ha hecho María y sigue haciendo a través de la
historia en diversas partes del mundo. Son visitas para hacer
presente el amor de Dios a través de su amor maternal a diferentes
pueblos y comunidades. De esta manera nuestro pueblo de México ha
sido agraciado también con la visita de María bajo la advocación de
nuestra Señora de Guadalupe. Ella misma nos ha dado la razón de su
visita: “Quiero que se me erija aquí una casa para en ella mostrar
todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a los moradores de esta
tierra. Oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y
dolores”.
Volviendo a la escena del encuentro de María con su Prima Isabel,
contemplamos a dos mujeres embarazadas que esperan la llegada de su
hijo. Toda mujer embarazada es una Adviento porque es anuncio de una
vida que llega. Hay alegría, gozo y esperanza plenificada por la
presencia del Espíritu Santo que hace exclamar a Isabel: ¡Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y hace saltar de
alegría a la creatura en su vientre. Son dos mujeres que están al
servicio de la vida y el regocijo es mayor porque María trae en su
seno al Hacedor de la Vida, aquel “por quien fueron hechas todas las
cosas” y quien dirá en su momento: “Yo he venido para que tengan
vida y la tengan en abundancia”.
En este mundo en el que está tan cuestionada la vida y está en
entredicho incluso el derecho fundamental de la vida, ¡qué
importante es acercanos al misterio del portal de Belén y descubrir
la plenitud de la vida que en él se nos ofrece!. No podremos menos
de querer y amar nuestra propia vida y querer, amar y respetar la
vida de los demás, no sólo la vida de los seres humanos sino de todo
ser viviente. Luchar y trabajar por una vida digna para todos, amar
y respetar la vida desde el momento de su concepción, trabajar
incansablemente por mejores oportunidades de vida para los más
pobres y marginados es el mejor aprendizaje que podremos recibir en
la contemplación del pesebre y en la explosión jubilosa de aquellas
dos mujeres embarazadas y en la serena contemplación del humilde
pesebre de Belén, “pequeña entre las aldeas de Judá”. “He aquí que
la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre
Emmanuel que quiere decir Dios-con-nosotros”.
Ven, Señor, no tardes.
Ven, que te esperamos,
Ven, Señor, no tardes.
Ven pronto, Señor. Que así sea.
Fuente:
ceps-caritasmexico.org
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