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Dichoso tú que has creído
Autor:
Lucas 1, 39-45
Todo
el evangelio es alegría porque todo él es esperanza. Por eso se
llama “buena noticia”. Y, si no, que se lo pregunten al ciego, al
mudo, al paralítico, a los leprosos, a la samaritana, a la adúltera.
Estoy seguro que ellos, por toda respuesta, nos contestarían: “El
Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Pues, bien,
ved a María en el evangelio de hoy. Acaba de recibir la visita del
ángel que le ha traído la “buena noticia”: “Concebirás y darás a luz
un hijo, le pondrás por nombre Emmanuel, será grande y se llamará
Hijo de Dios...”.
Ella se dio cuenta de que la larga esperanza de Israel podía
convertirse en realidad, si ella se comprometía a aquellos planes.
No podían traerle una alegría mayor. Y se abandonó en el abismo de
Dios: ¡Sea!
Ella, tan intimista y amiga de “guardarlo todo en su corazón”, se
desbordó. Consciente de que la alegría, como el bien, es difusiva,
se fue a la montaña de Ain-Karín, a casa de su prima. Y aquel
encuentro fue el triángulo de la alegría, un sin par “aleluya, a
tres voces”: el Niño “dio saltos de gozo en sus entrañas”; Isabel no
pudo menos que cantar: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu vientre”. Y María... ¡Bueno! María salmodió la “Oda de
la Alegría” por excelencia: “Mi alma glorifica al Señor y se alegra
mi espíritu en Dios mi Salvador”.
Andando el tiempo, San Pablo dirá: “Estad alegres en el Señor...”. Y
es natural. Una vez que “el Verbo se hizo carne”, con todo lo que
esto supone, la tristeza no puede tener cabida en el cristiano. “Un
santo triste es un triste santo”, decía dolorosamente Santa Teresa.
Por eso, como oro en paño, guardan aún sus monjas, en el convento de
San José, unas alpargatas, unas castañuelas y unas chirimías, con
las que la santa bailaba para alegrar su conventico. Ejemplos como
los de la castiza santa castellana echan por tierra los ataques de
todos los “Nietzsches” que han afirmado que el cristianismo es “una
religión pesimista que entenebrece el mundo con su tristeza”.
¡Mentira!
Cuando a través de un cura o de un seglar, en la calle o en el
templo, escuches la Noticia de la Salvación que trae Jesús, y
sientas que algo se alegra y se mueve dentro de ti, no vaciles ni te
hagas líos mentales. Recuerda a Isabel. Ella ante el Jesús encerrado
en el seno de su prima María, y tú ante el Jesús encerrado en la
predicación de la Iglesia. Que no en vano tiene en María su Madre y
Modelo.
Alégrate y grita con Isabel: ¡Bendita tú, Iglesia, entre las
naciones, y bendito el fruto de tu predicación y de tus sacramentos!
Y dichoso tú si has creído. Porque lo que te ha dicho el Señor, se
cumplirá.
Fuente:
iglesiaenlarioja.org
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