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“Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?”
Padre Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Lucas 2, 41-52
Alguna
vez leí en El Tiempo un artículo del Hermano Marista, Andrés
Hurtado, conocedor, como el que más, de la geografía y de las
riquezas ecológicas de Colombia. Se nota que no sólo conoce los ríos
más remotos y las cordilleras más apartadas, sino el corazón humano.
El título de su escrito es:
Cuando sufrir es bueno.
Y comienza contando su encuentro con un matrimonio que viene a
ponerle quejas de su hijo adolescente:
"No
sabemos qué pasa, es de una rebeldía total, parece incluso que nos
odiara a nosotros sus padres, que se lo hemos dado todo’. Sin
compasión y tratando de no ser nada elegante pero sí muy sincero,
les dije: ‘Ese es el problema: que se lo han dado todo. Para
empezar, señora –le dije– deje de llamarlo
mi niño
o mi bebé,
que ya tiene 17 años’. Luego supe que sus padres le han satisfecho
todo, hasta los más mínimos caprichos. Y pretenden calmar sus
rebeldías y ganar su amor dándole cada vez más cosas, incluso
ajustándose el cinturón porque
mi niño
o mi bebé
cada vez exige cosas de más valor. Esta es la radiografía de muchos
padres modernos, que creen amar a sus hijos y educarlos cediendo a
todos sus caprichos, colmándolos de regalos y evitándoles el menor
sufrimiento” (...).
“La capacidad de sufrimiento de estos
muchachos es nula, porque nada los ha contrariado en la vida y todo
lo han tenido a pedir de boca y a velocidad de madre torpe y
sobreprotectora. Cuando llegan ciertas contrariedades cuya solución
no se encuentra en regalos o cosas materiales, la idea del suicidio
ronda y en veces se hace efectiva. (...) Por ahí leí que
el hombre es un aprendiz y el
dolor es su maestro;
que el que no ha
sufrido nada sabe. Y
podríamos componer un refrán que diga:
dime cuánto has sufrido y te diré
cuánto vales. Ahora
que hemos descubierto que los niños y los hijos también tienen
derechos humanos (¡admito que quiero ser sarcástico!), debemos
respetar el derecho sumo que tienen a ser bien educados y formados.
Y hay que prepararlos también para el sufrimiento (que es parte
importante de la vida) y para las dificultades (...)”.
“Amar a los hijos a punta de
concesiones y consentimientos es hacer de ellos seres débiles y
convertirlos en tiranos de los demás y esclavos de sí mismos. (...)
Resumiendo: señores y señoras acariciadores, denle gusto en todo,
conviértanlo(a) en un ser inútil y él o ella mañana los maldecirá,
con casi todo derecho. O bien, sufran por dentro, coman callados,
háganse los fuertes y háganlo(a) fuerte y antes de que llegue el día
de mañana él o ella se lo agradecerá y ustedes no habrán vivido en
vano. Que así sea”.
El Evangelio de hoy me trajo a la
memoria este estupendo artículo. La virgen María y San José le
reclamaron a Jesús su comportamiento: “Hijo mío, ¿por qué nos has
hecho esto?” Evidentemente, ellos no entendieron la respuesta, pero
no se quedaron callados ni aplaudieron su proceder. Se trató de un
reclamo tranquilo, pero firme y hecho en un clima de diálogo y
comprensión. Hoy, cuando celebramos el día de
la Sagrada Familia,
pidamos para que en nuestras familias exista un verdadero diálogo y
se viva el amor que es capaz de enseñar también el valor del
sufrimiento y de la frustración, que forma seres humanos capaces de
enfrentar con entereza y generosidad, los difíciles caminos de la
vida.
Fuente:
iglesiaenlarioja.org
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