María constructora de la Paz

Padre Antonio Díaz Tortajada

Lc  2, 16-21

1. - Cristo es nuestra paz y es la paz que Dios nos envió por medio de María para nuestra reconciliación con Él y entre nosotros.

Estamos todavía en el ambiente de Navidad. Y desde el Adviento, Nuestra Señora aparecía ya como una de las figuras que le daban vida y sentido a esta etapa inicial del año litúrgico. Hace apenas ocho días hemos celebrado el nacimiento de Jesús dando así inicio al tiempo de Navidad y que no termina hasta la fiesta de la Epifanía con la cual se celebra el sentido universal de la Salvación.

En este tiempo tan hermoso y lleno de gracias, la Virgen Madre continua en un lugar privilegiado, pues, con su obediencia pronta y humilde es ella quien ha hecho posible la entrada del Hijo de Dios en nuestra historia. Jesucristo es Hijo de Dios e hijo de la humanidad por medio de María. La expresión más completa de su maternidad virginal es su respuesta libre y gozosa en el amor al servicio de Dios y de la humanidad.

2. - En este día primero del año la Iglesia celebra también la jornada de la paz. Aparentemente nada tiene que ver la Virgen Madre de Dios con la paz. Sin embargo, me parece que, al menos, hay dos razones por las que están estrechamente relacionados.

La primera es la obediencia de María que, con su sí, se convierte en constructora de la paz. La obediencia de María la hizo entrar en armonía con el proyecto de Dios porque se dio en la fe y en el amor. Si consideramos que paz (shalom) quiere decir, en primer lugar, armonía, podemos comprender que cuando nuestra Señora le dijo sí a Dios, ella entro en armonía perfecta con los planes de Dios y le dejó hacer, sobre ella, cuanto quiso y como quiso. No puso condiciones, nos hizo cálculos para ver si le convenía o no comprometerse en el proyecto divino, simplemente aceptó sin más. Si acaso, hizo una pregunta con la cual quería sólo saber qué debía hacer para cooperar y poner todo lo que estaba en sus manos. Su respuesta fue expresión de fe y amor a Dios y a la humanidad.

La segunda razón está en el hecho de habernos dado al Príncipe de la paz, el que con su Encarnación, unió en la armonía el cielo con la tierra y, con su muerte y su resurrección, puso en paz todas las cosas. Vino a restablecer y a levantar lo que estaba derrumbado.

3. -Vivir la paz es, entonces, la primera de las exigencias de nuestra condición de salvados. Por eso se impone una reflexión que nos haga comprender este don de Dios, a fin de convertirnos en agentes de la paz. Jesús dice en el evangelio de Mateo: Bienaventurados los que trabajan por la paz. La paz es don de Dios, pero Él quiere que seamos colaboradores suyos en su construcción. De ahí que también sea tarea. Y esta colaboración con Dios comienza en la sintonía con su voluntad; comienza como en Cristo y en María, con un sí participando por obediencia en el plan del Padre.

Su Santidad Benedicto XVI en su mensaje por la paz, ha subrayado estas ideas.

Dios mismo, no el hombre, es el verdadero y supremo «agente de paz». Precisamente por esto, los que se afanan por la paz son llamados «hijos de Dios». Porque se asemejan a Él, le imitan, hacen lo que hace Él. El mensaje pontificio dice que la paz es característica del obrar divino en la creación y en la redención, esto es, tanto en el obrar de Dios como en el de Cristo.

Paz no indica sólo lo que Dios “hace” o “da”, sino también lo que Dios “es”. Paz es lo que reina en Dios.

La condición para poder ser canales de paz es permanecer unidos a su fuente que es la voluntad de Dios: «En su voluntad está nuestra paz», le hace decir Dante a un alma del purgatorio. El secreto de la paz interior es el abandono total y siempre renovado a la voluntad de Dios. Aunque en el occidente secularizado, y laicista desea, a decir verdad, un tipo distinto de paz religiosa: El que resulta de la desaparición de toda religión.

«Imagina que no existe el paraíso, / es fácil si lo intentas. /Ningún infierno bajo nosotros / y sólo el cielo encima de nosotros.

Imagina a toda la gente/ viviendo para hoy,/ imagina que no hay países/ no es difícil hacerlo./ Nada por lo que matar o morir / y tampoco religión alguna...

Imagina a toda la gente/ viviendo la vida en paz./ Puede que digas que soy un soñador./ Pero no soy el único. / Espero que un día te unas a nosotros/ y que el mundo viva como una sola cosa».

Esta canción, compuesta por John Lennon, uno de los grandes ídolos de la música ligera moderna, con una melodía persuasiva, se ha convertido en una especie de manifiesto secular de pacifismo. Si se llevara a cabo, lo que aquí se desea sería el mundo más pobre y triste que se pudiera imaginar; un mundo chato, en el que son abolidas todas las diferencias, donde la gente está destinada a despedazarse, no a vivir en paz, porque allí donde todos quieren las mismas cosas, el «deseo mimético» se desencadena y con él la rivalidad y la guerra.

4. - La paz es hermana de la justicia y, tal vez sería mejor decir que aquella es resultado lógico de ésta. Cuando respetamos a los demás en su integridad, estamos practicando la justicia y, por lo mismo, estamos cooperando a la paz.

Cuando las relaciones familiares, laborales y políticas son justas, estamos cooperando en la construcción de la justicia. Cuando nos preocupamos de los más pobres y emprendemos acciones para su promoción y desarrollo, aunque sea de la manera más discreta y humilde, estamos entonces fomentando una cultura de paz comprometida y sostenida.

Tanto la observancia y el respeto de la leyes justas como la promoción de la educación y del derecho al trabajo para todos por igual, son condiciones para una auténtica paz que permite el desarrollo, la seguridad y la convivencia entre la gente que vive en una misma casa que es nuestro mundo. Y en esta tarea, mis hermanos, no tienen que ver sólo las autoridades y los grandes, no es tarea de todos. Todos tenemos algo que hacer más que decir en el tema de la paz.

5. - Son más bien, los pequeños y humildes, como nos lo muestran Cristo y María, Nuestra Señora de la paz, los que, con sus pequeñas acciones, discretas y modestas en todos sentidos, logran crear ámbitos de paz en torno suyo como muestras de que para construir la paz sólo se necesita amor y fidelidad al proyecto de Dios y al hombre en su totalidad.

La humanidad está cansada de grandes discursos sobre la paz. El mundo pide y necesita acciones muy concretas, aunque sean pequeñas, pero que se desarrollen en la verdad y en el respeto integral de todos. Es importante que en este año nuevo que comenzamos lo tengamos presente para que, como discípulos del Rey de la paz, demos responsablemente testimonio de esperanza.

Fuente: betania.es