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La familia de Nazaret
Padre Francisco Fernández Carvajal
Lc
2, 41-52
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Jesús quiso comenzar la Redención del mundo enraizado en una
familia.
- La misión de los padres. Ejemplo de María y de José.
- La Sagrada Familia, ejemplo para todas las familias.
I. Cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor
regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo
y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en
él (1).
El Mesías quiso comenzar su tarea redentora en el seno de una
familia sencilla, normal. Lo primero que santificó Jesús con su
presencia fue un hogar. Nada ocurre de extraordinario en estos años
de Nazaret, donde Jesús pasa la mayor parte de su vida.
José era el cabeza de familia; como padre legal, él era quien
sostenía a Jesús y a María con su trabajo. Es él quien recibe el
mensaje del nombre que ha de poner al Niño: Le pondrás por nombre
Jesús; y los que tienen como fin la protección del Hijo: Levántate,
toma al Niño y huye a Egipto. Levántate, toma al Niño y vuelve a la
patria. No vayas a Belén, sino a Nazaret. De él aprendió Jesús su
propio oficio, el medio de ganarse la vida. Jesús le manifestaría
muchas veces su admiración y su cariño.
De María, Jesús aprendió formas de hablar, dichos populares llenos
de sabiduría, que más tarde empleará en su predicación. Vio cómo
Ella guardaba un poco de masa de un día para otro, para que se
hiciera levadura; le echaba agua y la mezclaba con la nueva masa,
dejándola fermentar bien arropada con un paño limpio. Cuando la
Madre remendaba la ropa, el Niño la observaba. Si un vestido tenía
una rasgadura buscaba Ella un pedazo de paño que se acomodase al
remiendo. Jesús, con la curiosidad propia de los niños, le
preguntaba por qué no empleaba una tela nueva; la Virgen le
explicaba que los retazos nuevos cuando se mojan tiran del paño
anterior y lo rasgan; por eso había que hacer el remiendo con un
paño viejo... Los vestidos mejores, los de fiesta, solían guardarse
en un arca. María ponía gran cuidado en meter también determinadas
plantas olorosas para evitar que la polilla los destrozara. Años más
tarde, esos sucesos aparecerán en la predicación de Jesús. No
podemos olvidar esta enseñanza fundamental para nuestra vida
corriente: “la casi totalidad de los días que Nuestra Señora pasó en
la tierra transcurrieron de una manera muy parecida a las jornadas
de otros millones de mujeres, ocupadas en cuidar de su familia, en
educar a sus hijos, en sacar adelante las tareas del hogar. María
santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente como
intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de
atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las
visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad,
que puede estar llena de tanto amor a Dios! (2).
Entre José y María había cariño santo, espíritu de servicio,
comprensión y deseos de hacerse la vida feliz mutuamente. Así es la
familia de Jesús: sagrada, santa, ejemplar, modelo de virtudes
humanas, dispuesta a cumplir con exactitud la voluntad de Dios. El
hogar cristiano debe ser imitación del de Nazaret: un lugar donde
quepa Dios y pueda estar en el centro del amor que todos se tienen.
¿Es así nuestro hogar? ¿Le dedicamos el tiempo y la atención que
merece? ¿Es Jesús el centro? ¿Nos desvivimos por los demás? Son
preguntas que pueden ser oportunas en nuestra oración de hoy,
mientras contemplamos a Jesús, a María y a José en la fiesta que les
dedica la Iglesia.
II. En la familia, “los padres deben ser para sus hijos los primeros
educadores de la fe, mediante la Palabra y el ejemplo” (3). Esto se
cumplió de manera singularísima en el caso de la Sagrada Familia.
Jesús aprendió de sus padres el significado de las cosas que le
rodeaban.
La Sagrada Familia recitaría con devoción las oraciones
tradicionales que se rezaban en todos los hogares israelitas, pero
en aquella casa todo lo que se refería a Dios particularmente tenía
un sentido y un contenido nuevo. ¡Con qué prontitud, fervor y
recogimiento repetiría Jesús los versículos de la Sagrada Escritura
que los niños hebreos tenían que aprender! (4). Recitaría muchas
veces estas oraciones aprendidas de labios de sus padres.
Al meditar estas escenas, los padres han de considerar con
frecuencia las palabras del Papa Pablo VI recordadas por Juan Pablo
II: “¿Enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano?
¿Preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros hijos para los
sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación?
¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre?
¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezáis el Rosario
en familia? (...) ¿Sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la
comunidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo en la
rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración
común, vale una lección de vida, vale un acto de culto de mérito
singular; lleváis de este modo la paz al interior de los muros domésticos:
Pax huic domui. Recordad: así edificáis la Iglesia” (5).
Los hogares cristianos, si imitan el que formó la Sagrada Familia de
Nazaret, serán “hogares luminosos y alegres” (6), porque cada
miembro de la familia se esforzará en primer lugar en su trato con
el Señor, y con espíritu de sacrificio procurará una convivencia
cada día más amable.
La familia es escuela de virtudes y el lugar ordinario donde hemos
de encontrar a Dios. “La fe y la esperanza se han de manifestar en
el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que
en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se perservera en
el cumplimiento del propio deber. La caridad lo llenará así todo, y
llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber
sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a
los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles
que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos
roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a
poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta
la convivencia diaria.
“Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño, un auténtico
ambiente de familia: de eso se trata. Para santificar cada jornada
se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en
primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la
sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría...” (7).
Esta virtudes fortalecerán la unidad que la Iglesia nos enseña a
pedir: Tú, que al nacer en una familia fortaleciste los vínculos
familiares, haz que las familias vean crecer la unidad (8).
III. Una familia unida a Cristo es un miembro de su Cuerpo místico,
y ha sido llamada “iglesia doméstica” (9). Esa comunidad de fe y de
amor se ha de manifestar en cada circunstancia, como la Iglesia
misma, como testimonio vivo de Cristo. “La familia cristiana
proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino,
como la esperanza de la vida bienaventurada” (10). La fidelidad de
los esposos a su vocación matrimonial les llevará incluso a pedir la
vocación de sus hijos para dedicarse con abnegación al servicio del
Señor.
En la Sagrada Familia cada hogar cristiano tiene su ejemplo más
acabado; en ella, la familia cristiana puede descubrir lo que debe
hacer y el modo de comportarse, para la santificación y la plenitud
humana de cada uno de sus miembros. “Nazaret es la escuela donde
empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia
el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a
escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso
de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de
Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso quizá de una manera
casi insensible, a imitar esta vida” (11).
La familia es la forma básica y más sencilla de la sociedad. Es la
principal “escuela de todas las virtudes sociales”. Es el semillero
de la vida social, pues es en la familia donde se ejercita la
obediencia, la preocupación por los demás, el sentido de
responsabilidad, la comprensión y ayuda, la coordinación amorosa
entre las diversas maneras de ser. Esto se realiza especialmente en
las familias numerosas, siempre alabadas por la Iglesia (12). De
hecho, se ha comprobado que la salud de una sociedad se mide por la
salud de las familias. De aquí que los ataques directos a la familia
(como es el caso de la introducción del divorcio en la legislación)
sean ataques directos a la sociedad misma, cuyos resultados no se
hacen esperar.
“Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, sea también Madre de la
"Iglesia doméstica", y, gracias a su ayuda materna, cada familia
cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una pequeña Iglesia de
Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y
generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies
de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de
cuantos sufren por las dificultades de sus familias.
“Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las familias, esté
presente, como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz,
alegría, serenidad y fortaleza” (13).
De modo muy especial le pedimos hoy a la Sagrada Familia por cada
uno de los miembros de nuestra familia, por el más necesitado.
(1) Lc 2, 39-40.- (2) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa,
148.- (3) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 11.- (4) Cfr. Sal 55,
18; Dan 6, 11; Sal 119.- (5) JUAN PABLO II, Exhort. Apost.
Familiaris consortio, 60.- (6) Cfr. J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es
Cristo que pasa, 22.- (7) Ibídem, 23.- (8) Preces. II Vísperas del
día 1 de enero.- (9) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 11.- (10)
Ibídem, 35.- (11) PABLO VI, Aloc. Nazaret, 5-I-1964 .- (12) Cfr.
CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 52.- (13) JUAN PABLO II,
Exhort. Apost. Familiaris consortio, 86.
Fuente:
franciscofcarvajal.org
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