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Santa María, Madre de Dios. María, mujer contemplativa
Padre Jesús Martí Ballester
Lc
2, 16-21
La1. "Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo,
nacido de una mujer" Gálatas 4,4. Dios ha querido nacer de una
mujer. El Hijo de Dios ha querido asumir el proceso biológico humano
como todos los hombres, nacer llorando, pasar largos ratos
durmiendo, someterse a todas las necesidades fisiológicas, depender
de su madre, como todos nosotros.
2. Hoy celebramos también el día de la Paz. El papa en su mensaje en
la Jornada Mundial de la Paz dice que «En la verdad, la paz», y ha
querido expresar la convicción de que «donde y cuando el hombre se
deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi
natural el camino de la paz». ¿Cómo no ver una eficaz y apropiada
realización de esta afirmación en el pasaje evangélico que se acaba
de proclamar, en el que hemos contemplado la escena de los pastores
en camino hacia Belén para adorar al Niño? (Lucas 2, 16). ¿No son
esos pastores, que nos describe Lucas en su pobreza y sencillez, con
su obediencia al mandamiento del ángel y su docilidad a la voluntad
de Dios, la imagen más accesible para cada uno de nosotros del
hombre que se deja iluminar por la verdad, haciéndose así capaz de
construir un mundo de paz?
3. ¡La paz! Esta gran aspiración del corazón de todo hombre y de
toda mujer se construye día tras día con la aportación de todos,
como enseña la admirable herencia que nos ha entregado el Concilio
Vaticano II con la constitución pastoral «Gaudium et spes», en la
que se afirma que la humanidad no logrará «construir un mundo más
humano para todos los hombres en toda la extensión de la tierra, sin
que todos se conviertan con espíritu renovado a la verdad de la paz»
(n. 77). Ante las situaciones de injusticia y de violencia que
siguen oprimiendo diferentes zonas de la tierra, ante las nuevas y
más insidiosas amenazas contra la paz –el terrorismo, el nihilismo y
el fundamentalismo fanático–, ¡se hace más necesario que nunca
trabajar juntos por la paz!
4. Es necesario un «empuje» de valentía y de confianza en Dios y en
el hombre para optar por recorrer el camino de la paz. Es algo que
tienen que hacerlo todos: individuos y pueblos, organizaciones
internacionales y potencias mundiales. He querido invitar a la
Organización de las Naciones Unidas a tomar una nueva conciencia de
su responsabilidad en la promoción de los valores de la justicia, de
la solidaridad y de la paz, en un mundo cada vez más marcado por el
amplio fenómeno de la globalización. Si la paz es la aspiración de
toda persona de buena voluntad, para los discípulos de Cristo es un
mandato permanente que compromete a todos; es una misión exigente
que les lleva a anunciar y a testimoniar «el Evangelio de la Paz»,
proclamando que el reconocimiento de la verdad plena de Dios es
condición previa a indispensable para la consolidación de la verdad
de la paz. Que esta conciencia crezca cada vez más de manera que
toda comunidad cristiana se convierta en «levadura» de una humanidad
renovada en el amor.
5. Despertó al Niño Jesús el parloteo de los pastores. Unos le
cogieron en brazos, otros le acariciaron, y El correspondía con una
sonrisa. Ha querido ser acunado y recibir bellos y encendidos
piropos, ser cubierto de besos mientras es alimentado a los pechos
de su amorosa madre y ser mecido por ella, cariñosa y asombrada.
¿Cómo se va a acostumbrar a tener en sus brazos a Dios, a su hijo
–Dios? ¿No nos ha pasado algo parecido a los que hemos visto nacer
por primera vez en nuestras manos por nuestras palabras personales y
ministeriales de la consagración eucarística al Hijo de Dios?
6. San José también lo toma en sus brazos con naturalidad y con un
cariño inmenso agradeciendo, loco de alegría, la gran vocación y
confianza privilegiada que ha recibido del Padre. José está
fascinado con su pequeño, a la vez que también descolocado y como un
intruso en la familia.
7. Pero no están siempre en adoración del Niño. Hay que hacer cosas,
limpiar el establo, encender el fuego, preparar comida, lavar los
pañales del Niño, atender con cariño a los pastores y a los vecinos
que fueron llegando también poco a poco.
8. Y después, cuando todos se fueron, y se quedaron solos, María
pensaba. María es una mujer contemplativa, como se deduce de las
palabras del Evangelio: "María conservaba todas estas cosas,
meditándolas en su corazón" Lucas 2,16. El primer día del año lleva
el signo de una mujer, María. El Evangelista Lucas la describe como
Virgen silenciosa, en constante escucha de la palabra eterna, que
vive en la Palabra de Dios. María guarda en su corazón las palabras
que proceden de Dios y, juntándolas como en un mosaico, aprende a
comprenderlas. En su escuela, queremos aprender también nosotros a
ser atentos y dóciles discípulos del Señor. Con su ayuda maternal,
deseamos comprometernos a trabajar con empeño en el «taller» de la
paz, siguiendo a Cristo, príncipe de la Paz. Siguiendo el ejemplo de
la Virgen María , ¡dejémonos guiar siempre y sólo por Jesucristo,
quien es el mismo ayer, hoy y siempre! (Heb 13, 8).
9. Había escuchado a los pastores y ahora medita en su corazón.
María sabe leer los signos de los tiempos y los signos de Dios.
Cuando decimos que María meditaba estas cosas, no queremos decir que
María daba vueltas en su mente a las imágenes de los pastores: si
jóvenes, si viejos, si rudos, si muchos, si pocos, si altos, si
bajos, si de pelo negro, o de ojos grandes, o pequeños, si
habladores o graciosos, sino que se pierde en Dios.
10. Santo Tomás después de exponer la Teología del Verbo encarnado,
a partir de la cuestión 27 de la Tercera Parte , estudia el
nacimiento doble de Cristo, con estos argumentos: «Se puede afirmar
que Cristo ha nacido dos veces; porque del mismo modo que se dice
que corre dos veces el que corre en dos tiempos, así puede decirse
que nace dos veces el que nace una vez en la eternidad y otra en el
tiempo; porque la eternidad y el tiempo difieren mucho más que dos
tiempos, aunque uno y otro designen una medida de duración» (3 q.35
a. 2 ad 4). «La naturaleza es comparable al nacimiento como el
término al movimiento o mutación; y el movimiento se diversifica
según la diversidad de los términos, como consta por el Filósofo (Phys.
V, 5,3). Pero en Cristo hay dos naturalezas, divina y humana, de las
cuales la una la recibió desde la eternidad del Padre, y la otra la
recibió temporalmente de la Madre. Por eso, es necesario atribuir a
Cristo dos nacimientos: uno por el que nació eternamente del Padre,
y otro por el que nació temporalmente de la Madre» (3 q.35 a.2 c).
La Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera
Madre de Dios, como fue solemnemente definido por el Concilio de
Éfeso el año 431, y por los de Calcedonia y Constantinopla. El
Concilio de Éfeso, siendo Papa San Celestino I, definió: "Si alguno
no confesare que el Emmanuel es verdaderamente Dios, y que por
tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque dio a luz según
la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema."
Santo Tomás, ya había dicho en la cuestión 5, a . 2: « La
Bienaventurada Virgen María es verdadera y natural madre de Cristo,
porque el cuerpo de Cristo no ha sido traído del cielo, como supuso
el hereje Valentín, sino tomado de la Virgen Madre y formado de su
purísima sangre; y esto es lo único que se requiere para ser madre.
Por consiguiente, la Bienaventurada Virgen es verdaderamente la
Madre de Cristo» (3 q.35 a.3 c).
11. El Vaticano II dice: "Desde los tiempos más antiguos, la
Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a
cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros
y necesidades" (Lumen Gentium, 66)
«Todo nombre, que significa una naturaleza, puede atribuirse a una
persona de esta naturaleza. Pero como la unión de la encarnación fue
hecha en una persona, es evidente que este nombre Dios puede
atribuirse a la persona que tiene la naturaleza humana y la
naturaleza divina; y por eso, todo lo que corresponde a la
naturaleza divina o humana puede atribuirse a aquella persona, tanto
si se le atribuya a ella un nombre que significa la naturaleza
divina, como si se le atribuye otro que significa la humana. Pero
ser concebido y nacer se atribuye a la persona según aquella
naturaleza en que es concebida y nace. Ahora bien, como en el
principio mismo de la concepción la naturaleza humana fue tomada por
la Persona Divina , se puede afirmar con toda razón que Dios fue
concebido y nació de la Virgen. Pero una mujer recibe el nombre de
madre de una persona por haberla concebido y engendrado. De lo cual
se sigue que la Bienaventurada Virgen se dice verdaderamente Madre
de Dios. Porque sólo se podría negar que la Bienaventurada Virgen es
Madre de Dios si la humanidad hubiera estado sometida a la
concepción y al nacimiento antes que aquel hombre hubiese sido el
Hijo de Dios, como supuso Fotino; o si la humanidad no hubiese sido
elevada a la unidad de Persona del Verbo de Dios, como supuso
Nestorio. Pero ambas hipótesis son erróneas; por consiguiente es
herético negar que la Bienaventurada Virgen es Madre de Dios» (3
q.35 a.4 c).
12. Santo Tomás lo explica del siguiente modo: María, por su divina
maternidad, tiene una relación real con el Verbo de Dios hecho
carne; esta relación se termina en la Persona increada del Verbo
encarnado, pues Ella es la Madre de Jesús, que es Dios. La
maternidad de María no se termina en la humanidad de Jesús, sino en
la Persona misma de Jesús: es Él, y no su humanidad, quien es el
Hijo de María" (3 q.35, a.4). Cristo, en virtud de la unión
hipostática, es una sola Persona divina que subsiste en la
naturaleza divina increada y en la naturaleza humana creada que es
asumida. Enseña la filosofía que es verdadera madre la que le nace
un hijo por generación. Ahora bien, la generación pasivamente
considerada, exige como término de la generación una naturaleza
específicamente igual a la del que engendra, pero en cuanto al
sujeto generado exige un subsistente, que es la persona que sustenta
y en quien subsiste la naturaleza engendrada. De ahí que hijo no se
dice de la naturaleza, sino de la persona en el que subsiste la
naturaleza.
13. María engendra a Cristo según la naturaleza humana, pero quien
de Ella nace, el sujeto nacido, no es una naturaleza humana, sino el
supuesto divino que la sustenta, que es el Verbo. De ahí que si el
Hijo de María es el Verbo que subsiste en la naturaleza humana,
María es verdadera Madre del Verbo, la única persona de las dos
naturalezas, y, por tanto, María es Madre de Dios, puesto que el
Verbo es Dios. El hecho de que el Verbo con su divina naturaleza
preexista a la Encarnación no presenta dificultad, pues engendrar no
significa crear de la nada, sino educir a una persona viviente en
una naturaleza específicamente igual a la del que engendra.
14. María cumple la misión del hombre señalada por el Concilio:
"Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a El con la total
plenitud de su ser en la perpétua comunión de la incorruptible vida
divina" (GS 18). La contemplación acerca intuitivamente a la
divinidad, es integradora, afectiva, unificante. Cuando María
contempla, admira, se asombra, alaba, se enternece, glorifica,
agradece, se ofrece, se entrega. Sale de sí misma. Esto es el
éxtasis que se abisma en la "profundidad de la riqueza, de la
sabiduría y ciencia de Dios y comprende cuán insondables son sus
pensamientos, y cuán indescifrables sus caminos" (Rm 11,33). Y se
convierte en una mujer madura y grande, inalterable y equilibrada,
viviendo en la atmósfera de paz que el mismo Dios le contagia.
“Tiene en Dios clavada la mirada y el corazón” en frase de Pablo VI.
15. Sólo María calla. Dios habló a Abraham y a Moisés y envió a los
Profetas para que hablaran a nuestros padres. Ahora, en esta etapa
final nos ha hablado por su Hijo (Hb 1,1). Cuando nace el Hijo de
Dios, hablan los ángeles, hablan los pastores y hablan los reyes
venidos de Oriente. Hablarán Simeón y Ana en el templo. Sólo María
calla, absorta en el misterio. Sólo la Madre guarda silencio. Sartre,
el filósofo existencialista considerado ateo, escribió en la
Navidad de 1940, cuando estaba prisionero de los alemanes, y
después de haber leído el Diario de un cura rural, de Bernanos.
16. «Como hoy es Navidad, tenéis el derecho de exigir que os muestre
el Pesebre. Aquí está. Aquí tenéis a la Virgen, y aquí a José, y
aquí al Niño Jesús. El artista ha puesto todo su amor en este
dibujo. Fijaos, los personajes tienen una vestimenta hermosa, pero
están rígidos: se diría que son marionetas. Ciertamente no lo eran.
Si fueseis como yo, que tengo los ojos cerrados..., pero escuchad:
no tenéis más que cerrar los ojos para oírme y os diré cómo los veo
dentro de mí: la Virgen mira al Niño. Y lo que sería necesario
pintar en su cara es un ansioso estupor que solamente una vez ha
aparecido en un rostro humano; porque el Cristo es su bebé, carne
de su carne y fruto de su vientre.
Hay también otros momentos, rápidos y difíciles, en los que
siente, simultáneamente, que el Cristo es su hijo, su pequeño, lo
mira y piensa: Este Dios es hijo mío, esta carne divina es mi carne.
Es Dios y se me parece. Esto es todo sobre Jesús y sobre la Virgen
María. ¿Y José? A José, yo no lo pintaría. Sólo pondría una sombra
en el portal y dos ojos brillantes, porque no sé qué decir de José,
y porque José no sabe qué decir de sí mismo. Adora, y es feliz
adorando, y se siente un poco como en el exilio. Me parece que sufre
sin confesarlo, porque ve cuánto se parece a Dios la mujer a la que
ama, y qué cerca está ya de Dios. Porque Dios ha estallado como una
bomba en la intimidad de esta familia. José y María están separados
para siempre por este incendio de luz. Y me imagino que toda la vida
de José no será suficiente para aprender y aceptar.
17. Al imponerle al Niño el Nombre, al ser circuncidado, José
ejerció el derecho y el deber del padre. Así se lo había mandado el
ángel: "Al cumplirse los ocho días, cuando tocaba circuncidar al
Niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel
antes de su concepción" Lucas 2,21.
18. Ha comenzado el tiempo de la gracia que ha hecho posible el
corazón de una mujer que ha conjugado las urgencias de su pueblo con
las expectativas de la humanidad. Así ha nacido una gran esperanza
que no se extingue con el fin de nuestra existencia sino que se
renueva y florece para cada generación que intenta convertir nuestra
historia de violencia y muerte en una historia de redención, que
nace en la experiencia de cada día vivida con paciencia y con amor.
Con esta alegría se alegraron los pastores ante el niño nacido en un
pesebre. Su grito de júbilo causó admiración entre todos los que
oyeron el anuncio de los pastores: Dios no se ha olvidado de
nosotros y nos ha enviado un salvador. El Dios de la esperanza
cumple sus promesas y renueva la posibilidad de transformar el
mundo. Entre quienes los oían había muchos desesperados que habían
acudido a su pueblo natal para asistir al empadronamiento forzoso
que el imperio les imponía. El censo no era sólo una forma de llevar
la estadística del número de habitantes, sino un método para
controlar la población en edad militar y cobrar los impuestos. En
medio de este ambiente enrarecido por la oprobiosa carga que
imponían los invasores extranjeros, se alza la animada voz de los
pastores que proclaman que Dios está en medio de su pueblo para
comunicarle una grande esperanza.
19. Junto a sus manifestaciones de júbilo está la alegría paciente
de la Madre del Señor. Mientras ellos celebraban con alborozo el
nacimiento de un niño, ella meditaba el significado de todos los
hechos que acompañaban la manifestación de su hijo ante la
humanidad. Esta misma sabia actitud, en la que se mezclan la mirada
comprensiva y la serena meditación, será una de las constantes con
la que el evangelista nos presenta a María en todo el evangelio
hasta Hechos de los Apóstoles, donde María encabeza el grupo de
discípulos de Jesús que inauguran, con la irrupción del Espíritu
Santo, la nueva era de la humanidad.
20. Aprendamos esta lección del evangelio para combinar el gozo de
los pastores y la actitud meditativa de María. La fiesta del nuevo
año es una buena oportunidad para celebrar con júbilo la esperanza,
pero también para evaluar la experiencia del año anterior. De modo
que la felicidad de un día no provenga sólo del acostumbrado
alboroto de las fiestas de fin de año, sino de una sabia disposición
ante el año que viene. Cada día se nos abre un ramillete de
posibilidades en el que podemos escoger los caminos que nos conducen
hacia una más plena realización humana en el servicio. La fiesta nos
debe ayudar a cultivar una actitud sobria ante las novedades que
cada época de la vida nos depara.
21. Madre del Redentor, Virgen fecunda, puerta del cielo siempre
abierta, estrella del mar, ven a librar al pueblo que tropieza y
quiere levantarse. Ante la admiración de cielo y tierra, engendraste
a tu santo Creador, y permaneces siempre virgen. Recibe el saludo
del ángel Gabriel, y ten piedad de nosotros pecadores.
Fuente:
autorescatolicos.org
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