Anunciación del Señor 

José Portillo Peréz 

Homilia

Lc. 1, 26-38.

Hoy faltan nueve meses para que celebremos la Natividad de nuestro señor Jesucristo. Este año esta celebración coincide con el Domingo V de Cuaresma, así pues, el hecho de recordar el anuncio del Nacimiento de nuestro señor en el tiempo en que nos preparamos a celebrar la Pasión, la muerte y la Resurrección del Mesías, nos ayuda a revivir la vida y la obra del Hijo de María.

El pasado lunes celebramos a San José, y por ello vimos los acontecimientos relacionados con el Nacimiento de nuestro Señor desde el punto de vista del Patrón de la Iglesia universal. En esta ocasión, meditaremos parte del pasaje lucano de la anunciación desde el punto de vista de nuestra señora.

Los Santos Joaquín y José acordaron la unión matrimonial del carpintero nazaretano con la futura Madre del Mesías. A diferencia de las mujeres de muchos países actuales, nuestra Santa Madre carecía de libertad para tomar las decisiones necesarias para dirigir su vida, por lo que antes de contraer matrimonio con san José estaba bajo la tutela de su padre, y, después de casarse, vivía bajo las órdenes del citado descendiente de la dinastía davídica.

Cuando santa María vivió el pasaje de la Anunciación debía tener entre quince y diecisiete años. Probablemente ella no conocía al hombre con que su padre la había prometido en matrimonio, y no es de extrañar el hecho de que tuviera miedo de emprender una vida con un hombre que no sabía cómo la iba a tratar ni si podría complacer todos los deseos del mismo. Desde su juventud, nuestra señor a hubo de convertirse en maestra de oración para vivir las pruebas que habían de hacer de ella una Santa admirable para los fieles católicos de todos los tiempos.

San Lucas nos dice que el ángel Gabriel fue enviado a Nazaret para anunciarle a María santísima la buena nueva de su maternidad cuando se cumplieron seis meses de la concepción de San Juan el bautista. San Lucas resalta en su relato la virginidad de María, pues le era necesario hacer que Teófilo, -el destinatario de sus dos obras-, comprendiera que nuestro Señor nació de una doncella. El Nacimiento de nuestro señor de las entrañas de una doncella es la razón por la cuál asociamos la virginidad con la pureza del alma.

San Gabriel le dijo a la futura Madre de Jesús: Dios te salve, María. Llena eres de gracia. El señor es (está) contigo. Con esa bella salutación angélica comenzamos la oración más conocida con la que nos dirigimos a nuestra santa Madre para alabarla y para pedirle que interceda ante nuestro Padre común por nosotros. No sabemos si cuando san Gabriel entró en el lugar en que estaba nuestra celestial Mediadora ella estaba orando, o si estaba llevando a cabo sus actividades domésticas, pero el caso es que ella se detuvo en la presencia de Gabriel para conocer el mensaje que el ángel le comunicó, como si hubiera estado dispuesta de antemano para cumplir la voluntad de Dios. María no tuvo inconveniente en arriesgar su vida para cumplir la voluntad de nuestro Padre común. Nuestra Señora no sabía si José iba a tomar la decisión de lapidarla al creer que ella había cometido adulterio contra él, pero el caso es que la Madre del Mesías decidió fiarse de dios costárale lo que le costara cumplir la voluntad de nuestro criador. Actualmente mucha gente se casa con el consuelo de que si sus relaciones no son tan perfectas como desea, se puede divorciar e iniciar una nueva vida. María se entregó a José porque no tenía otra alternativa que cumplir la voluntad de su padre y de su futuro marido, pero ella decidió amar al padre adoptivo de su Hijo. En la actualidad, si quienes tienen problemas matrimoniales dialogaran con sus cónyuges, se evitarían muchos problemas a ellos y a sus hijos -si los tienen- antes de concebir la ruptura de sus relaciones. Siempre que hablo con gente divorciada legalmente o separada de su pareja se me dice que las rupturas de sus relaciones son muy dolorosas y problemáticas.

Al recordar la Anunciación de nuestro señor en el tiempo de Cuaresma, nos hacemos la siguiente pregunta: ¿Cuál es la razón por la que nuestro Señor vino al mundo? esta misma pregunta nos la hicimos en el tiempo de Adviento, es decir, en las semanas precedentes al tiempo de Navidad, y también meditamos sobre la citada cuestión cuando celebramos el Nacimiento del Hijo del carpintero de Belén, y, quienes predicamos el Evangelio, la meditamos mucho. En el Evangelio de san Juan se nos responde esta pregunta a través de las palabras del Mesías: "Le dijo entonces Pilato: Luego, ¿eres tú rey? respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz" (JN. 18, 37). Jesús es el Rey de quienes tienen a la Trinidad Beatísima como su mayor riqueza. Jesús es el Rey de los pobres, los humildes, los enfermos y los desamparados. Jesús vino al mundo para dar testimonio de la verdad, pero, ¿cuál es la verdad por la que nuestro señor perdió la vida? ¿Existe una verdad lo suficientemente poderosa como para que muchos de nuestros Santos se hayan jugado la vida por poseerla y conocerla? san Juan escribió en su Evangelio: "... "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (JN. 8, 31-32). ¿Existe alguna verdad que pueda hacernos libres más allá de nuestra existencia? San Juan escribió las siguientes palabras de Jesús en su Evangelio: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (JN. 14, 6). Nuestro señor dice de Sí mismo que el es el camino que nos lleva a Dios, la verdad que nos hará libres de nuestras ataduras y nos hará gozar de la vida que El mismo nos concederá cuando acontezca su segunda venida. Quienes quieran saber cómo pueden ser liberados por la verdad de Dios y de sus hijos los hombres, deben leer atentamente el siguiente fragmento del cuarto evangelio: "Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir (porque desconoce la verdad y si la conoce no quiere o no puede aceptarla), porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros" (JN. 14, 15-17). "Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino hablará todo lo que oyere (al Padre y al hijo), y os hará saber las cosas que habrán de venir" (JN. 16, 13).

Jesús amó mucho el cumplimiento de la voluntad de Dios, su verdad. En su oración sacerdotal, es decir, cuando nuestro señor oró en el Cenáculo antes de dirigirse al Huerto de los Olivos, le hizo al Padre la siguiente petición con respecto a sus íntimos amigos: "santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad" (JN. 17, 17). Jesús vino al mundo para dar testimonio de que todo el que oye su verdad vivirá eternamente.

Concluyamos esta breve meditación pidiéndole a nuestra Santísima Madre que siga intercediendo por nosotros ante nuestro Padre común, para que El siga fortaleciendo la voluntad de quienes queremos ser santificados en su verdad. En los días en que concluiremos la preparación de la celebración de los misterios centrales de nuestra fe, acerquémonos a nuestra Corredentora, pues ella no dejará desamparados a quienes, por los méritos obtenidos por la Pasión, la muerte y la resurrección de nuestro Hermano Jesús, viviremos algún día en la presencia de nuestro Padre común, sin que precisemos de la fe para creer que nuestro Criador existe. Amén.

Fuente: autorescatolicos.org