Inmaculada Concepción

Padre Juan Alarcón Camara S.J.  


Lc 1, 26-38
María es la figura central de estas semanas anteriores al nacimiento del Señor. La fiesta de hoy debe enmarcarse en el conjunto de este tiempo. 

María es la discípula, la primera de la clase, que nos enseña cómo esperar al Señor, siendo modelo de oración, de vigilancia y de entrega. 

Pero ya no tenemos nada que esperar, al contrario, ha llegado el momento de contemplar la realidad que ya llegó. En el cielo desaparece en nosotros la esperanza, sólo queda el amor a Dios, deslumbrados y derretidos por el AMOR.

En este sentido María es modelo en esta contemplación de la realidad que ya llegó.

Si queremos actualizar esta contemplación podemos pensar que Dios sigue viniendo a nuestro encuentro. De otra manera a como viene en el nacimiento, en Belén, pero viene. Viene en su mensaje evangélico que oímos cada día, en el que Él está presente y actuante con el aliento de su Espíritu. Y esta Noticia nos puede llenar a cada uno de nosotros de gozo y felicidad, si acogemos su evangelio y nos dejamos interpelar por su contenido. 

Siempre puede haber así un principio en nosotros, que nos haga caer en la cuenta de lo mucho que representa Jesús para nuestra vida y lo felices que podemos ser cuando nos abrimos sin reticencias a su persona y nos entregamos incondicionalmente a su causa, mediante la escucha y puesta en práctica de su mensaje.

María captó el mensaje de Dios: "mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque ha hecho en mí maravillas..."

Dios nunca ha obrado solo, ni lo hace ahora. Siempre busca la colaboración humana; para eso nos ha creado como seres activos. Jesús se comportó como el enviado definitivo de lo alto y realizó la salvación. Pero aquí y ahora esa salvación necesita también nuestra participación. Sólo puede realizarse, en la práctica, cuando la acogemos como personas: libre y conscientemente; y ayudando, también, en la medida de nuestras posibilidades, a que otros la acepten como propia.

Otra vez volvemos a la fiesta de hoy, y contemplamos a María como ejemplar en esta colaboración. Ningún ejemplo más evidente que el diálogo entre María y el Ángel.

El Salmo responsorial que hemos recitado, nos habla de esa venida pasada, y actualizada cada día en la Eucaristía; y hoy, María nos actualiza esa venida.

En estos días, antesala de la Navidad, parece como si escucháramos una melodía estereofónica. Un altavoz nos dice: compra, come, mira, sube, baja, adorna, baila, vístete...

En el otro altavoz, está María que nos invita a no dejarnos seducir ni engañar por aquello que impide ver e intuir al que está por llegar.

El Señor llega en la sencillez y, algunos, estamos complicadamente viviendo nuestra vida y no nos percatamos del drama de Belén

El Señor llega en el silencio y, otros, estarán tan enfrascados por el ruido que ni escucharán sus pisadas El Señor llega al corazón limpio y vacío y algunos lo tendremos tan lleno que hasta el mismo Dios susurrará: "no hay sitio para mí"

María, además de no tener nada que la alejara de Dios desde el primer momento de su existencia, fue sencilla, sin complicaciones que destruyera su cercanía a Dios.

Y nos invita a rezad con ella:, haciendo nuestras la palabras del salmo responsorial: Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; 

se acordó de su amor y su lealtad; todos los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Aclamad al Señor toda la tierra, alegraos, regocijaos, cantad, cantad al Señor al son del arpa, al son del arpa y del salterio; al son de los clarines y trompetas aclamad al rey, el Señor.
Retumbe el mar y todo lo que encierra, el mundo y todos sus habitantes; que todos los ríos batan palmas y con ellos las montañas griten de alegría
delante del Señor, porque ya viene para gobernar la tierra, para implantar en el mundo la justicia y entre todos los pueblos la lealtad.