Fiesta de San José

+ Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos, España

 

Homilía en el Seminario. 19 marzo 2003
– “Éste es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia” (Lc 12, 42). (Introito de la Misa de San José).

La liturgia de la Iglesia aplica estas palabras del Señor a la figura de San José. Y realmente a pocas personas podrían aplicársele con más propiedad. José es realmente el hombre fiel, el hombre solícito al que Dios llamó para poner al frente de su familia.

San José es un personaje que siempre me ha inspirado una especial simpatía. Pertenece a una familia ilustre ya que desciende de David, pero no es algo que le importe demasiado: trabaja como carpintero, no tiene excesivos medios materiales, no presume de nada... Ni siquiera se oye su voz: no se nos ha transmitido ninguna palabra suya. Desde el primer momento aparece como dependiendo de los demás: es el esposo de María, el padre legal de Jesús... Pero sabemos –así lo dice expresamente san Lucas– que era “justo”. Y “ser justo” en el lenguaje bíblico no es sólo vivir la virtud de la justicia: ser justo es vivir todas las virtudes, ser santo.

Dios le ha llamado a una tarea muy especial: quiere que esté al frente de su familia, que sea el padre legal de Jesús, quien le enseñe en lo humano tantas cosas de la vida corriente, quien le proteja, quien le defienda. Se trata de una vocación muy especial y José la irá descubriendo poco a poco con el paso del tiempo y con su docilidad a la gracia.

La vocación de José puede servirnos de pauta para pensar en nuestra propia vocación. Dios llama a José, le encomienda una misión. Dios llama a cada hombre y le encomienda una misión. La vocación supone siempre una iniciativa divina. Dios tiene un plan para cada hombre, pero no nos lo impone. Cada uno debe descubrirlo y seguirlo con la ayuda de Dios. Cada uno debe hacerlo suyo: debe identificar su propio plan con el plan de Dios; su propia voluntad con la voluntad de Dios. Y en esa identificación, el hombre encuentra su felicidad. La felicidad, decían los clásicos, es lo que todos desean. Nosotros también la deseamos y, además, sabemos en que consiste: la felicidad consiste en hacer la voluntad de Dios, en descubrir y seguir la propia vocación, aquello para lo que hemos sido creados.

– “Cuando José despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” (Mt 1, 24).

Con estas palabras terminaba el Evangelio que acaba de ser proclamado. Y en la narración de San Lucas este modo de comportarse es el habitual de José. José sigue las indicaciones que Dios le hace a través del ángel. Lo hace al recibir a María, al huir a Egipto, al regresar a Palestina, al instalarse de nuevo en Nazaret. José es dócil a la voluntad de Dios: secunda inmediatamente y con iniciativa lo que Dios le va sugiriendo. Y de esa forma, consigue salvar a Jesús, hacer que se cumplan las profecías, permitir –por decirlo de alguna forma– en lo que de él depende, que se haga la Redención.

De la actuación de José, de su docilidad dependen cosas muy importantes. De nuestra actuación, de nuestra fidelidad a la vocación dependen también cosas muy importantes. En la vida no todo es fácil, como no fue fácil la vida de José; pero, cuando se procura hacer la voluntad de Dios, el fruto es siempre verdaderamente asombroso. Puede haber momentos duros, momentos difíciles, pero, si se procura ser fiel, si se procura hacer lo que Dios pide en cada momento, recibimos la explicación de esa lucha, de esa dificultad. Y nuestras respuestas positivas al querer de Dios van tejiendo un estupendo tapiz que sólo Dios ve y que, quizá sólo de tarde en tarde, podemos también percibir nosotros.

Queridos seminaristas: estáis aquí porque pensáis que Dios os llama para ser sacerdotes. Los mayores tenéis más clara esa llamada; entre los más jóvenes alguno puede verlo como una posibilidad. Cultivad el trato con Dios, procurad manteneros cerca de Él, haced oración: y Dios os irá mostrando el camino cada vez con más nitidez. El camino que conduce a Él, nuestro Sumo Bien, y el camino de nuestra felicidad.

Que san José y la Virgen os lleven de la mano para descubrir y agradecer vuestra vocación y para responder a ella con total generosidad. Con la generosidad de san José. Amén.