Juan Diego, el primer santo indígena

Arnold Omar Jiménez Ramírez

 

El Papa Juan Pablo II canonizó el pasado miércoles 31 de julio a Juan Diego, quien se convirtió así en el primer santo indígena de América y, por lo tanto, del mundo. Con esta celebración, Su Santidad corona una labor que ha realizado de manera constante en pro de la dignidad de los pueblos indígenas de todo el mundo, misma que inició precisamente con su primera visita a México, en 1979, cuando asimismo tuvo su primer encuentro con las culturas autóctonas, en Oaxaca.

Eran las 10:20 am cuando Juan Pablo II entró a la Basílica de Guadalupe y fue recibido con un estruendoso aplauso de las 8 mil almas que lo esperaban en el interior del recinto sagrado, para participar en la ceremonia mediante la cual, el Pontífice elevó a la gloria de los altares a Juan Diego, el mensajero de la Virgen de Guadalupe. A la Misa asistieron representantes de las etnias indígenas del País, obispos y cardenales de diversas partes del mundo, así como el Presidente de la República, Vicente Fox Quesada; miembros de su gabinete y autoridades de la ciudad de México. En total, 12 mil personas en el atrio de la Basílica y 8 mil en el interior, se unieron a la liturgia que duró alrededor de tres horas.

Una promesa cumplida

El Cardenal Norberto Rivera Carrera fue el encargado de dar la bienvenida al Sumo Pontífice: «La visita de Su Santidad, tan esperada, nos inunda de paz y de consuelo, pues a pesar de tantas dificultades físicas y de tantos dolores morales; de las múltiples tristezas que carga en sus hombros por los odios y violencias de los pueblos, Su Santidad está aquí», dijo el Arzobispo Primado de México. «Y aquí está México, queriendo ser siempre fiel al amor de Cristo, al amor del Papa y de la Iglesia», completó.

En su saludo, el purpurado capitalino afirmó que con el acto a realizar en unos minutos más, se cumplía la promesa que la Virgen del Tepeyac hizo a Juan Diego: «Ten por seguro que mucho lo agradeceré, te enriqueceré y te lo pagaré, y por ello te glorificaré». Puntualizó: «La Señora del Cielo cumple, por la acción suprema del Sumo Pastor de la Iglesia, la promesa hecha a Juan Diego, al ser elevado a los altares. Permítanos, a la Conferencia del Episcopado Mexicano; a mí, indigno sucesor de Fray Juan de Zumárraga, lanzar nuestra voz ecuménica, y junto con la jerarquía americana aquí dignamente representada, agradecer a Su Santidad se haya dignado venir a la tierra de nuestros mayores, para proclamar la santidad de un humilde laico, contemplativo y evangelizador».

Al terminar su intervención, el Papa agradeció a Dios la oportunidad de estar de nuevo en México, a los pies de María, como lo hizo en los albores de su Pontificado.

El santo 464 canonizado por Juan Pablo II

Fue el Cardenal José Saraiva Martins quien pidió al Santo Padre que elevara a los altares del mundo entero a Juan Diego, luego de leer una biografía del candidato.

Juan Pablo II y los fieles presentes se unieron en oración, invocando a los santos y santas de Dios para que intercedieran ante Él y concediera la luz de su Espíritu. Fue entonces, acabada la letanía, que el Obispo de Roma pronunció la fórmula de canonización: «En honor de la Santísima Trinidad, para la exaltación de la fe católica y crecimiento de la vida cristiana; con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, declaramos y definimos Santo al Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin y lo inscribimos en el Catálogo de los Santos; y establecemos que en toda la Iglesia sea devotamente honrado entre los Santos».

Sus palabras fueron seguidas por un fuerte aplauso y el sonido de cuatro caracoles, que anunciaron al universo entero, por los cuatro puntos cardinales, que un hermano indígena era inscrito en el Santoral de la Iglesia Romana.

Un estallido de papeles color rojo, lágrimas en los ojos de miles de fieles, aplausos, alegría en el rostro cansado del Papa, y de los obispos mexicanos, y un grupo de silentes que manifestaban su profundo gozo, formaron un emotivo cuadro de fe. San Juan Diego, es el beato declarado santo número 464, por el «Amigo de México», quien peregrinó «a los pies de la Morenita para esta ocasión tan especial».

Una fiesta indígena

La Eucaristía fue una fiesta indígena. El Evangelio fue proclamado en español y en náhuatl por un diácono bilingüe, y después de la homilía, en la que el Sucesor de Pedro pidió respetar los auténticos valores de las etnias, un grupo de danzantes indígenas encabezó la procesión de las ofrendas, entre las que se presentaron algunos motivos autóctonos, mientras eran acompañados por el canto náhuatl Ya ti hualahui («A Ti venimos, Señor Dios»). Durante el resto de la Misa no dejaron de escucharse los caracoles que anunciaban el gozo por el nuevo santo, y cientos de rostros indígenas dieron color especial a la Celebración.

De esta manera, a partir del pasado miércoles, la Iglesia de México cuenta ya con un santo más, que se une a San Felipe de Jesús, San Cristóbal Magallanes y sus compañeros Mártires; Santa María de Jesús Sacramentado Venegas, y el Padre José María de Yermo y Parres: San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

También, hay un reconocimiento universal a los pueblos indígenas y a una Patria noble, que se entrega y cree. Resonó en todos los rincones de México, desde la Basílica de Guadalupe, la invitación que el Papa peregrino hizo a esta Nación desde el inicio de su Pontificado: «México, siempre fiel».

Fuente: Semanario, Arquidiócesis de Guadalajara, México