|
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO
II
A LOS CAPITULARES DE LOS HERMANOS
DE LA INSTRUCCIÓN CRISTIANA DE SAN GABRIEL
Sábado 29 de abril de 2000
Queridos Hermanos de la Instrucción cristiana de
San Gabriel:
Me alegra acogeros mientras estáis reunidos en Roma con ocasión de vuestro
capítulo general.
Saludo, en particular, al hermano René Delorme, nuevo superior general, así
como a todos los miembros del consejo, que acaban de ser elegidos para su
primer mandato. Les expreso mi más vivo aliento para su nuevo servicio en
el instituto y en la Iglesia. Vuestras asambleas capitulares constituyen un
acontecimiento central para vosotros; fortalecen vuestra misión, reavivando
vuestro deseo de acudir a la fuente de vuestro carisma fundacional, con
humilde y audaz fidelidad a san Luis María Grignion de Montfort, a Gabriel
Deshayes y a todos vuestros predecesores.
La Iglesia se alegra de ver la renovada vitalidad de vuestro instituto, como
lo demuestra el importante número de nuevos miembros jóvenes en los
diferentes continentes, sobre todo en los países donde la evangelización
se ha desarrollado recientemente. Ella tiene necesidad del signo profético
de vuestra consagración, "para construir con su Espíritu comunidades
fraternas, para lavar con él los pies a los pobres y para dar vuestra
aportación insustituible a la transformación del mundo" (Vita
consecrata, 110). A los ojos del mundo, testimoniáis que el amor y el
perdón son más fuertes que el odio y el rencor, y así invitáis a
nuestros contemporáneos a fundar su vida personal, familiar y social en el
valor primordial de la caridad, para que todos busquen la paz, la justicia y
la solidaridad creando vínculos humanos en el seno de la sociedad. Mediante
vuestra vida comunitaria, según el estatuto original de vuestro instituto
religioso de hermanos, estatuto por el que la Iglesia siente gran estima,
como recordé, acogiendo las sugerencias de los padres sinodales, en la
exhortación apostólica Vita consecrata (cf. n. 60), testimoniáis
con fidelidad y entusiasmo el Evangelio, así como la caridad que une
profundamente a los discípulos de Cristo. Cuanto más intenso sea el amor
fraterno en vuestras comunidades, tanto mayor será la credibilidad del
mensaje anunciado y tanto más perceptible será el corazón de la Iglesia,
sacramento de la unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí (cf.
Discurso a la asamblea plenaria de la Congregación para los institutos
de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, 20 de noviembre
de 1992).
El tema principal de vuestras reflexiones, "Misión, fuente de vida.
Tras las huellas de Montfort, todos comprometidos en favor de un mundo justo
y fraterno", guarda relación con el acontecimiento del gran jubileo,
que introduce a "la Iglesia entera en un nuevo período de
gracia y de misión" (Incarnationis mysterium, 3). También para
vuestro instituto comienza una nueva página de historia, que os permitirá
poner en práctica las decisiones de vuestro capítulo general. En 1997, con
ocasión del 50° aniversario de la canonización de san Luis María
Grignion de Montfort, os exhorté a hacer fructificar la herencia que habéis
recibido de vuestro fundador, "que es necesario abrir a tantos jóvenes
que buscan el sentido de su vida y el arte de vivir" (Carta a la
familia montfortiana, 21 de junio de 1997, n. 6: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 25 de julio de 1997, p. 4).
Vuestro instituto está totalmente orientado a la educación de la juventud.
Hoy, más que nunca, se trata de una tarea esencial para la Iglesia y para
el mundo del mañana.
En efecto, tenéis por vocación acompañar a los jóvenes en su formación
espiritual, moral, humana, intelectual y profesional, y prepararlos para que
se conviertan en adultos que asuman la responsabilidad que les compete en
todos los ámbitos de su vida futura. Esto les infunde desde ahora la
esperanza de que se abre un futuro ante ellos. Con esta misión, participáis
activamente en el anuncio del Evangelio y en la construcción de una
sociedad justa y fraterna, puesto que la formación se realiza más a fondo
en el seno de comunidades educativas donde se acoge, respeta y ama a cada
joven tal como es. Estos lugares de vida tienen un valor educativo
incomparable: contribuyen a la maduración de su personalidad, dan a
cada uno confianza en sí mismo y favorecen su inserción en la sociedad. En
nombre de la Iglesia, os agradezco en especial la labor que realizáis en
favor de la educación de los jóvenes más pobres de la sociedad o de los
niños que son frecuentemente abandonados, los sordos, los ciegos y los niños
de las chabolas y de la calle.
También estáis llamados a procurar la alfabetización y la formación de
numerosas personas, en especial de las mujeres, que no tienen acceso a las
redes de la educación. Queridos hermanos, al hacerlo, desarrolláis, con
paciencia y tenacidad, vuestro carisma educativo en la línea de vuestros
fundadores. Aprecio los esfuerzos que realizáis en favor de la promoción
de las personas y vuestra preocupación por llevar a cabo nuevas
fundaciones, particularmente en África y en el sudeste de Asia.
En vuestras instituciones actualmente os beneficiáis de la ayuda, la
competencia y la experiencia de numerosos laicos, a quienes, a través de
vosotros, saludo cordialmente. Tratáis de encontrar, con paciencia y
discernimiento, los medios más adecuados para asociarlos cada vez más
eficazmente a vuestra vida y a vuestra misión, comunicándoles vuestra pasión
por la educación de la juventud y la especificidad de vuestro carisma
montfortiano. Respetando la vocación bautismal de cada uno, dais,
juntamente con los laicos, un ejemplo especial de comunión eclesial, que
fortalece las energías apostólicas para la evangelización del mundo (cf.
Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de
vida apostólica, Vida fraterna en comunidad, 70).
Que la alegría del jubileo os impulse a vivir diariamente en el seguimiento
de Cristo, según el ejemplo de san Luis María Grignion de Montfort. Él os
dará la audacia para ser misioneros infatigables del Evangelio en el mundo
de la educación. Que la Virgen María, tan querida por vuestro fundador y
por toda vuestra familia religiosa, os sostenga a diario. Os imparto de todo
corazón una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a todos los
Hermanos de la Instrucción cristiana de San Gabriel, a sus colaboradores
laicos, a los jóvenes que se benefician de su ayuda y a sus familias, así
como a los ex alumnos.
|
|