|
Homilía
de SS. Juan Pablo II
SS.
Juan Pablo II
Visita
pastoral a Chile. Norte Grande de Chile, Antofagasta, lunes 6 de
abril de 1987
«Permaneced
en mi amor» (Jn 15, 9)
Queridos
hermanos y hermanas,
1.
Aquí, en el Norte grande de Chile, en la querida ciudad de Antofagasta,
tiene lugar la última etapa de mi servicio pastoral en tierra chilena.
Y así, es de considerar en cierto modo providencial el hecho de que
hayamos oído en esta liturgia las palabras pronunciadas por Jesús en
el Cenáculo de Jerusalén, al despedirse de sus discípulos: “Como
el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor”
(Ibíd.).
Está
ya cercano el momento de su partida, de su retorno al Padre. Jesús lo
sabia y por eso manifiesta abiertamente su vehemente deseo:
“Permaneced en el amor, permaneced en mi amor”.
El
Hijo de Dios está a punto de sellar su amor por el hombre con el
sacrificio, ofreciendo su vida por la humanidad. “Nadie tiene
amor más grande que el que de la vida por sus amigos” (Jn
15, 13). El sacrificio de la Cruz, la entrega de la propia vida,
corresponde también por entero al amor con que el mismo Padre ama desde
la eternidad. De este amor encarnado en el Hijo, confirmado
plenamente por el sacrificio de la Cruz y por la efusión del Espíritu
Santo nace la Iglesia.
2.
Queridos hermanos y hermanas: las palabras de Jesús nos hablan de la
Iglesia, esto es, de la heredad del Señor nacida del amor
misericordioso del Padre manifestado para siempre en su Hijo, el
predilecto. Son palabras que nos descubren el misterio de esa realidad
de amor de la que la Iglesia es fruto y desea comunicarla en todas
partes, en toda época y nación.
¡Sí,
permaneced en mi amor! Cuando Jesús nos habla así, nos está diciendo
que nos quiere muy cerca de El. Nos quiere obedientes por amor a la
voluntad del Padre, es decir, a la vocación divina que da verdadero
sentido a la vida cristiana.
Por
eso, Jesús nos sigue diciendo a cada uno: “Si guardáis mis
mandamientos permaneceréis en mi amor” (Ibíd., 15, 9).
Nuestro amor a Dios y al prójimo por Dios, se manifiesta en la
perseverancia cotidiana en la difícil tarea de conformar nuestra
conducta a los mandatos del Señor, enseñados e interpretados con
autoridad por la Iglesia. Sólo así amaremos con obras y de verdad.
(cf. 1Jn 3, 18)
Hoy
oramos por la Santa Iglesia; es el deseo de vuestros obispos, que
han querido que este último sacrificio eucarístico que celebro en
tierra chilena se ofrezca por las necesidades de la Iglesia y de su misión.
Cristianos
de Chile, no dejéis de amar con todas vuestras fuerzas a la Iglesia, de
la que sois hijos por el bautismo. Sabéis que la Iglesia no es una
simple organización humana, sino que es el Cuerpo de Cristo, la Esposa
del Señor –aunque no falten en ella pecadores–, a la que sus hijos
confesamos en el Credo como una, santa, católica y apostólica.
De
ahí surgirá también en vosotros una honda adhesión a los Pastores de
la Iglesia, que son mediadores y servidores de la verdad y de la acción
salvífica de Cristo en los fieles. Corresponded a su abnegado
ministerio con vuestra comunión filial, traducida en oración por
ellos, en docilidad a sus enseñanzas evangélicas, a sus mandatos y a
sus exhortaciones paternas, y en incansable colaboración para que
puedan desempeñar mejor la misión apostólica y pastoral –de tanta
responsabilidad– que el Señor ha puesto sobre sus hombros.
3.
Examinad ahora vuestra propia vida para descubrir en qué medida os habéis
comportado hasta el presente como conviene a esa dignidad que nace de
vuestro bautismo. Por ese sacramento de la iniciación cristiana habéis
sido injertados en Cristo para vivir en gracia y amistad con Dios. Para
conservar y aumentar esa vida divina de la que participáis, esforzaos
en una conversión permanente de la mente y del corazón,
combatiendo decididamente el pecado, que destruye la vida del alma. Y,
al tomar conciencia de vuestros pecados, volved confiados a nuestro
Padre Dios con el arrepentimiento que nace del amor a quien es la Bondad
suprema. El os dispensará su perdón misericordioso, por el ministerio
de la Iglesia, en la celebración del sacramento de la penitencia.
De
este modo, “en novedad de vida” (cf Rm 6, 4), al recibir al
mismo Cristo en la Eucaristía, participaréis, de una manera sublime,
en ese Misterio de Amor divino inaugurado en el Cenáculo y consumado en
el Gólgota. Alimentados con el Pan de la vida eterna podréis vivir las
exigencias de la Ley del amor, que el mismo Cristo nos ha enseñado, y
seréis miembros vivos de la Iglesia.
4.
Con las palabras de la primera lectura que manifiestan ese profundo amor
en San Pablo, también yo os quiero decir: “ Testigo me es Dios de lo
entrañablemente que os amo en Cristo Jesús ”.
Queridos
chilenos del Norte Grande, del desierto y de la pampa, de las tierras
del cobre y del salitre; desde Antofagasta, me dirijo ahora en
particular a vosotros, para expresaros el afecto que siento hacia todas
las personas que, por providencia de Dios, habitáis esta parte del país.
Lleno
de gozo por haber podido venir al Norte Grande de Chile, deseo
testimoniar mi profundo aprecio por todos los valores encarnados en la
sociedad nortina: su laboriosidad, virtudes humanas, fidelidad a la
tierra en medio de una naturaleza áspera y difícil. Mi saludo más
entrañable va desde aquí a los trabajadores, técnicos, ejecutivos, así
como a sus familias, de la mina de cobre de Chuquicamata, así como a
cuantos trabajan en los distintos sectores de la minería chilena. Con
vuestro esfuerzo sacrificado, y no exento de riesgos, contribuís de
modo relevante al progreso económico y social de vuestra patria, que es
parte considerable del bien común de la nación.
Me
siento muy unido a vosotros, cristianos del Norte, en el gran desafío
por lograr que, con la gracia de Dios, la existencia de cada uno, de
cada familia y de toda la comunidad vaya descubriendo cada día más los
tesoros de paz y felicidad que se encierran en la persona de Cristo y su
mensaje de salvación. Para llevar a cabo esa gran tarea se necesitan en
esta tierra más sacerdotes, fieles ministros de Jesucristo, que guíen
a vuestras comunidades como buenos pastores. Jóvenes nortinos: ¡Si el
Señor os llama a servirle en el sacerdocio o en la vida religiosa,
acoged su llamada con generosidad! ¡El Señor os necesita! Y recordad
que donde hay un cristiano o una cristiana – aunque viva aislado, en
estas inmensidades despobladas – están presentes Cristo y su Iglesia,
y por eso debe notarse allí el buen aroma de Cristo, como nos dice San
Pablo (cf. 2Co 2, 15).
5.
¡Queridos hermanos y hermanas! Hoy, al término de mi servicio papal en
vuestra acogedora tierra, quiero dar gracias a Dios por vuestra
colaboración en la obra del Evangelio (cf Flp 1, 3.5).
Cada
uno de los imborrables momentos de este viaje pastoral por vuestra
geografía me ha llenado de gozo y gratitud, porque he experimentado la
fe viva de los hijos de esta tierra; porque he comprobado vuestras auténticas
ansias de fidelidad a Jesucristo y a su Iglesia.
Al
dar gracias por estos casi cinco siglos de historia de la Iglesia en
Chile, y por toda la tradición cristiana que impregna las raíces
culturales de esta nación, miramos también al futuro con la esperanza
de los hijos de Dios, trayendo a este altar nuestros propósitos de
colaborar con el Señor en la obra de la evangelización y
santificación de Chile y del mundo.
Ante
nuestra mirada se descubre el horizonte de la nueva evangelización
de Chile a la que mi visita pastoral quiere contribuir: con mi oración,
con mi mensaje, con mi aliento y el apoyo de la Iglesia universal.
6.
A la Iglesia de Dios en Chile dirijo también hoy aquellas palabras de
esperanza que pronuncié al inicio de la novena de años preparatoria al
V centenario de la evangelización de América: “esperanza de una
Iglesia, que firmemente unida a sus obispos –con sus sacerdotes,
religiosos y religiosas al frente– se concentra intensamente en su
misión evangelizadora y que lleva a los fieles a la savia vital de
la Palabra de Cristo y a las fuentes de gracia de los Sacramentos” (Celebración
de la Palabra en Santo Domingo, III, n.3, 12 de octubre de
1984).
Esperanza
de una Iglesia que, proyectándose también en la promoción humana y
cristiana del hombre y comprometiéndose en el amor de preferencia por
los pobres, predique la verdadera liberación, la que ha
obrado Cristo con su muerte y resurrección: liberación, en primer
lugar, del pecado y de la muerte eterna, y de todo cuanto nos separa de
Dios y de nuestros hermanos. Esta libertad da un sentido cristiano, de
fe y de amor, a todas las realidades, y. al mismo tiempo, constituye una
anticipación de las alegrías imperecederas del reino de los Cielos.
Pido
fervientemente al Señor y a su Madre Santísima que se consolide aún más
el florecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas en las
familias chilenas, para que no falten los buenos pastores, sólidamente
formados en la doctrina y en la vida espiritual, y que transmitan
fielmente a todos el anuncio evangélico puro y auténtico, así como
ese impulso de santificación y esos anhelos apostólicos que nacen de
los orígenes de la evangelización de Chile; ruego para que haya
religiosos y religiosas que, en su vida consagrada a Dios y a los
hermanos, den genuino testimonio de los valores del reino, en espera de
la venida del Señor. Orad también vosotros para que se lleve a cabo
una inmensa labor de catequesis en la fe, fiel a la doctrina católica,
que mantenga vivo y operante el mensaje de salvación que trajeron los
primeros evangelizadores.
7.
En esta Misa por la Santa Iglesia tengo presentes de una manera
particular a los laicos chilenos, a esa inmensa mayoría de los hijos e
hijas de la Iglesia en Chile.
Queridísimos
laicos: ¡El porvenir de la obra del Evangelio en vuestra patria pasa
también a través de vosotros! ¡Ninguno puede sentirse excluido
de los designios divinos del amor que salva, del mensaje que predica
la fraternidad, porque todos somos hijos del mismo Padre celestial!
Mirando a Cristo que os interpela y cuenta con vosotros para hacer
verdad y vida su obra redentora en el mundo, no podéis quedaros pasivos
o indiferentes. Recordad siempre que también a vosotros van dirigidas
las palabras del Señor: “Os he destinado para que vayáis y deis
fruto, y vuestro fruto dure” (Jn 15, 16). Vuestra vocación
cristiana tiene un irrenunciable sentido y contenido apostólico,
inseparable de la búsqueda de la santidad. Por amor a Dios y al prójimo,
debéis asumir vuestra parte propia en la misión redentora de Cristo,
en la Iglesia y en el mundo.
Durante
mi visita a Chile me he referido a diversos campos y facetas de vuestra
misión en la animación cristiana de las realidades temporales: la
familia, el trabajo, la cultura, la educación, los medios de comunicación,
la política, la economía, el desarrollo regional y los demás sectores
de la vida pública y social. En íntima comunión con vuestros obispos
y con el Magisterio de la Iglesia, empeñaos en buscar soluciones
cristianas a los problemas que os preocupan. Llevad a cabo esa tarea con
responsabilidad y libertad, en sintonía con la doctrina que el Concilio
Vaticano II ha querido recordar respecto del legítimo pluralismo entre
los seglares cristianos en su acción apostólica: “En estos casos de
soluciones divergentes, aun al margen de la intención de ambas partes,
muchos laicos tienden fácilmente a vincular su solución con el mensaje
evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está
permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de
la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo
sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el
bien común” (Gaudium
et spes, 43).
Para
que sea posible una más profunda cristianización de las realidades
temporales y del orden social, los laicos –hombres y mujeres– han de
participar activamente en la vida de la Iglesia: unos participarán
en las diversas formas de apostolado asociado; otros ofrecerán una
colaboración directa con los Pastores en tantos servicios eclesiales y
de asistencia; muchos harán su labor dentro de la familia, entre sus
compañeros y amigos. Así, como fermento en la masa, transformaréis a
Chile desde dentro y cumpliréis la misión que Dios os ha confiado en
el mundo, como exigencia de vuestra vocación cristiana. Quiera Dios que
el Sínodo de los Obispos que tendrá lugar en Roma durante el mes de
octubre próximo, represente un impulso revitalizador de la vocación y
misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo.
8.
Queridos chilenos y chilenas, con palabras del apóstol San Pablo manifiesto
mi confianza en “que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa
buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús” (Flp
1, 6).
Ciertamente
esta visita del Sucesor de Pedro durante estos seis días del tiempo litúrgico
de Cuaresma, compartidos con la Iglesia de Dios que peregrina en Chile,
me ha ayudado a llevaros a todos, todavía más, en mi corazón.
Han sido jornadas vividas en la fe y en el amor que nos une. Os
agradezco de veras el afecto y adhesión que me habéis demostrado
durante este viaje inolvidable en el que he podido comprobar vuestra
proverbial hospitalidad. A pesar de la distancia que nos separa, tened
la seguridad de que desde Roma, os tendré siempre presentes en mi
afecto y en mis oraciones. ¡Estamos siempre muy unidos, en el corazón
de Cristo y en el corazón de María!
9.
«Haya paz dentro de tus muros, Jerusalén, seguridad en tus palacios.
Por mis hermanos y compañeros voy a decir: “La paz contigo”»
(Sal 122 [121], 7-9).
Queridos
chilenos: Conozco vuestros sinceros anhelos de paz, de justicia y de
todo bien. Sé que, en los más íntimo de cada hombre y de cada mujer
de esta tierra, late un hondo deseo de crecer en el amor, de combatir el
odio y el sectarismo, el egoísmo y las ansias desordenadas de riquezas.
¡Que
triunfe en vuestros corazones la paz de Cristo!
Que
su sacrificio redentor, que nos reconcilió con el Padre, reconcilie a
la gran familia chilena superando las barreras, soldando fracturas,
venciendo la enemistad y la discordia con la fuerza del espíritu
cristiano, que es capaz de pedir perdón cuando se tiene conciencia de
haber ofendido gravemente al prójimo.
10.
Oremos por todos los habitantes de esta tierra noble y sufrida; del
norte y del sur, del campo y de la ciudad, del mar y de la montaña.
Pidamos a Dios que la Iglesia, movida por el amor de Cristo, de siempre
testimonio de servicio a la justicia, a la paz, a la reconciliación de
los hermanos. Que conduzca a la Jerusalén eterna a todos los que el
Padre ha amado y elegido en Cristo, para que puedan “dar fruto” y
que “vuestro fruto dure” (Cf. Jn 15, 16).
“Llenos
de la más tierna confianza, como hijos que acuden al corazón de su
Madre” confiad en la Santísima Virgen del Carmen, Reina y Patrona de
Chile. Ella será vuestra Estrella y vuestro Norte; amparo y seguro
consuelo; modelo sublime en el que aprenderéis a imitar a Cristo,
Redentor del hombre. Permaneced en su amor. Amén.
Furnte: vatican.va
|
|